Alias 'Popeye'
( Entrevista en BOCAS)
Entrevista de la edición 16 de BOCAS con John Jairo
Velásquez Vásquez, 'Popeye', desde la cárcel.
Dice que no tiene miedo de ser asesinado
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Popeye
–uno de los asesinos más cercanos a Pablo Escobar– dice que mató a más de 250
personas y que participó en la muerte de otras 3.000; no siente remordimientos,
pero alega que ya cumplió con la justicia y espera salir libre este año después
de 22 años en la cárcel. No tiene miedo de ser asesinado, dice que afuera sus
únicos enemigos son los hermanos Ochoa, que no quiere volver a matar y que su
gran sueño es una película con la verdadera historia del Cartel de Medellín.
El
pabellón de recepciones de la Cárcel de Máxima Seguridad de Combita, en Tunja,
es un patio pequeño, de concreto gris, compuesto por 20 celdas y un solar
enrejado, por el que han pasado los mayores criminales del país pedidos en
extradición por EE. UU. En este lugar está detenido, desde hace cerca de ocho
años y exiliado de población carcelaria por su seguridad, John Jairo Velásquez
Vásquez, “Popeye”. Fue uno de los hombres más sanguinarios del Cartel de
Medellín y lugarteniente de Pablo Escobar.
Popeye
está vestido con un jean Levi’s azul oscuro, lleva una cachucha que alguna vez
fue roja, un buzo escarlata y unos Crocs negros. Me saluda efusivamente. Se
nota que le gusta que lo entrevisten. Se quita la cachucha, me muestra su
cabeza y dice que ya dejó de contarse las canas. Nos sentamos en una mesa donde
reposa un tablero de ajedrez. Me confiesa que no sabe jugar y que las fichas
son de su único compañero, “Sebastián” [Erickson Vargas Cardona, el máximo
cabecilla de la “Oficina de Envigado”]. Sebastián me mira de reojo y se mete en
su celda. Popeye me dice que no sabe nada de su compañero y luego me recalca
que estamos para hablar de él.
Y empieza
por su prontuario: asesinó a 250 personas, bajo sus operaciones murieron cerca
de 3.000 colombianos, entre ellos excandidatos presidenciales, altos mandos de
la policía, periodistas, magistrados y civiles. “Yo estoy condenado por todos
los delitos del Cartel de Medellín, por la muerte de Luis Carlos Galán, el atentado
del avión de Avianca, las bombas en Cali, Bogotá y Medellín, por todas las
muertes que ocasionamos”. Con cierto orgullo me muestra dos impactos de bala
que no pudieron acabar con su vida. Uno entró y salió por un costado de su
brazo. El otro por su pecho, le rozó el corazón y salió por la espalda. El
policía que hizo el último disparo murió segundos después, “reaccioné rápido y
lo maté”.
Tras casi
22 años de estar recluido alega que ya ha sido suficiente. Aunque dice no
sentir remordimiento por las víctimas, pide perdón y reconoce que actuó cegado
por el dinero, la codicia y su devoción por Pablo Emilio Escobar Gaviria, a
quien no deja de admirar y del que dice “era un ser de otro planeta”. Hoy solo
quiere reintegrarse a la sociedad –entre julio y septiembre de este año sale
libre–, y recalca que ya es hombre de paz. Que a pesar de que todavía haya
gente que lo quiere matar, no volverá a tomar un arma para acabar con la vida
de otro ser humano.
¿Es verdad
que este año sale libre? ¿Qué piensa hacer?
Sí. Entre
julio y septiembre. Una cosa es cuando uno está aquí adentro y otra cuando ya
toca el pavimento. He pensado en irme del país, pero las cosas cambian con el
tiempo, hay que esperar lo que suceda en la calle. Tengo perspectivas
sencillas. Ahora quiero disfrutar de las cosas pequeñas de la vida. Tengo claro
que no vuelvo a recibir un contrato para matar a alguien.
¿Cómo son
sus días en la cárcel?
Me
levanto a las seis de la mañana, organizo mi celdita, hago una oración, pongo a
calentar el café, me pego una duchita con agüita bien fría. Me preparo el
desayuno y oigo noticias en la radio o me pongo a ver el noticiero. Puedo ver
televisión de seis de la mañana a seis de la tarde. Entran los canales
nacionales. Tengo un teléfono directo instalado en un costado del pabellón.
Según el día, llamo a mis abogados para saber cómo va mi proceso con el juez de
ejecución de penas. También hablo con mi hijo y con los pocos amigos que me
quedan. Después me pongo a escribir. Aquí el enemigo más grande es la monotonía.
¿Quién lo
visita regularmente?
Mis
abogados, periodistas, muchos periodistas. Desde hace cinco años no tengo
visitas de familiares o amigos cercanos. Tampoco conyugal. Tengo derecho a una
visita íntima cada mes, pero no me gustan las prostitutas. Me cuido mucho, le
tengo miedo al sida. Tampoco tengo novias porque “en este paseo” todo es más
difícil. Acá me conseguí una novia, abogada, nos enamoramos, pero al primer
escándalo salió corriendo. Me la levanté a punta de carreta. Yo soy bien
tierno, me enamoro fácil. Más de uno cree que porque fui bandido y asesino no
soy respetuoso con las mujeres.
¿Cómo es la
relación con los guardias?
Como todo
en la vida. Si los respeto, ellos me respetan. Con ellos no hay mucha ternura
[risas]. Son gente buena, hemos tenido problemas, una vez me golpearon, pero
descubrí una herramienta más poderosa que las ametralladoras: la justicia. Si
uno tiene un problema, recurre a la Procuraduría y allá se lo solucionan. Yo
era muy agresivo, pero aprendí a respetar.
¿Ya vio la
serie de Escobar el patrón del mal?
Sí,
apenas la estoy empezando. Me la mandaron hace poco, la estoy viendo en dvd
piratas. Me gustó mucho, porque Andrés Parra hace un personaje inigualable. Yo
creo que ni en Hollywood pueden conseguir un actor como este para hacer de
Pablo. La voz es igual, la actitud. Me gustó también el personaje de Carlos
Mariño, el que hizo de “Popeye”, o como le ponen allí: “El Marino”. Fue bonito
verme interpretado, porque aborda el personaje con mucho respeto. Me impactó
que actuaba muy parecido a mí. Se le arrimaba al patrón igual que yo: con
respeto.
¿Quiere
llevar su vida al cine?
Con
Hollywood estamos tratando. Astrid Legarda Martínez, la experiodista de RCN que
escribió conmigo el libro El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte, está
en Estados Unidos haciendo contactos, hablando con personas que se han mostrado
interesadas en un proyecto cinematográfico. Por el libro ella tuvo que salir
exiliada del país. Yo quiero que hagan una película bien hecha, con los nombres
reales. Hace un tiempo me contactó la gente que hizo Paraíso Travel, pero
ofrecieron muy poquito y no pudimos llegar a un acuerdo.
¿Dónde
nació?
Nací en
Yarumal, Antioquia, un pueblito a dos horas de Medellín. Un lugar de tierra
fría, conservador. Tuve una niñez un poco limitada, porque el lugar es
montañoso. Allá no se juega al fútbol, no se monta en bicicleta, no se hace
nada. Luego, por el trabajo de mi papá, nos trasladamos a Itagüí. Allí empecé a
ver el mundo. Conocí gente y tuve mi primer acercamiento con la violencia, con
la crudeza de una zona industrial. Años después nos fuimos a un barrio de clase
media-alta de Medellín. Allí me vinculé al mundo del narcotráfico.
¿Qué quería
ser cuando era niño?
Oficial
de la policía. Luego quería ser marino. Me gustaban mucho las armas. Yo quería
el mundo de las armas con la constitución, con las Fuerzas Militares. No se dio
y me tocó llegar a ellas por la ilegalidad.
¿Pero
intentó al menos cumplir su sueño?
Sí.
Cuando estaba en cuarto de bachillerato dejé de estudiar e ingresé en la
Escuela de Suboficiales de la Armada en Barranquilla. Me aburrí. Yo soñaba con
majestuosos navíos, pero no había nada de eso. Solos unos barcos de madera
decomisados a marimberos. Me retiré y me devolví a Medellín a terminar el
colegio. Luego me fui para Bogotá e ingresé a la Escuela de Oficiales de la
Policía Nacional General Santander, pero también me desencanté. Solo estuve
seis meses. Regresé a la ciudad y me reencontré con Pinina, un amigo del
barrio.
Hábleme de
Pinina…
“Pinina”,
John Jairo Arias Tascón, era un hombre por ahí de 1,64 metros de estatura,
inteligente, muy bien presentado, tenía una cara perfecta, el pelo largo, por
eso le decían Pinina, por su parecido a la actriz argentina Andrea del Boca,
que interpretaba ese papel. Nos conocimos en el barrio. Él era el hombre que
tenía Pablo Emilio Escobar Gaviria para que lo reemplazara en el Cartel de
Medellín y protegiera a su familia en caso de que lo mataran. Pinina murió por
el Bloque de Búsqueda en 1990. Yo estaba con él ese día. Me fui a recoger un
dinero y cuando él entró a su apartamento a esperarme, le cayeron.
¿Cómo fue su
primer acercamiento con Pablo Escobar?
Cuando me
reencontré con Pinina yo ya sabía que él pertenecía a los hombres de Pablo
Escobar. Luego comencé a trabajar con un ingeniero, un señor que le decían
Nandito, amigo de Gustavo Gaviria, primo del patrón. A Nandito le tocó a
arreglar un toro mecánico de la hacienda Nápoles. Allí fui testigo, por primera
vez de la vida que yo podía llegar a tener. Un año después un conocido me puso
a trabajar de conductor y escolta de una niña del barrio El Poblado, Elsy
Sofía. Empecé a trabajar con ella y resultó siendo novia de Pablo Escobar.
¿A qué edad
comenzó a trabajar para el Cartel de Medellín?
Desde muy
joven. A los 18 años empecé a recibir “contratos” (asesinatos) por parte de
esta organización. Comencé a operar al lado de Pinina, él me enseñó a trabajar.
Después me dejaron “caminar” solo. A tirar operativos tan grandes como el
secuestro del señor Andrés Pastrana. A ser la cabeza de acciones como el
secuestro y posterior asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos. A dirigir
los asesinatos de personajes de la justicia de este país. A callar a más de un
periodista.
¿Qué
escribe?
Muchas
cosas. Acabé de terminar mi segundo libro. Lo vamos a presentar en la Feria del
Libro de Bogotá en abril. Relata los casi 22 años que llevo preso. Escribí
todas mis vivencias. Me han pasado cosas muy charras como encontrarme con mis
grandes enemigos, los hermanos Rodríguez Orejuela y “Don Berna”. Mi celda es la
17, a él lo recluyeron en la 18, nos comportamos como si nada hubiera pasado.
Por acá también estuvieron “Macaco” y “Rasguño”. Más adelante me gustaría
escribir una novela a cuatro manos, con un escritor bien ranqueado. No soy un
buen escritor, pero soy buen relator.
¿Por qué se
convirtió Don Berna en uno de sus grandes enemigos?
Don Berna
era chofer de los narcotraficantes Fernando y Mario Galeano. Un simple escolta
de ellos. Ni siquiera llegó a conocer personalmente al patrón. Cuando matamos
en la cárcel la Catedral a Fernando “el Negro” Galeano, Don Berna se fue para
donde los hermanos Castaño a contarles lo que habíamos hecho. Desde la cárcel
ordenamos atentados contra él porque nos dimos cuenta de que estaba planeando
vengarse por la muerte de sus patrones. Pero se nos voló a Cali con Rafael
Galeano, otro de los hermanos que aún seguía con vida. Allá, con el aval de los
Castaño, se alió con los hermanos Rodríguez Orejuela y cogió mucho poder dentro
del grupo de “Los Pepes” [Perseguidos por Pablo Escobar].
¿Por qué
Pablo Escobar comenzó a ejecutar a sus socios?
El patrón
era socio de los hermanos Galeano y los hermanos Moncada Cuartas. Antes de
entregarnos a la justicia hicimos un acuerdo con ellos, donde se convino que a
Pablo Escobar, por ser el jefe, se le iba a mantener económicamente durante su
estancia en la Catedral mientras se reactivaba el narcotráfico. Es que llegamos
allá ilíquidos. Se pactó que todos los demás narcos siguieran traqueteando,
pero debían mandarnos mensualmente quinientos mil dólares. La plata llegó
durante los primeros diez meses. Al undecimo mes solo mandaron 50 millones de
pesos. El patrón devolvió ese dinero diciéndoles que no les estaba pidiendo
limosna. Los hermanos Moncada y Galeano respondieron que no tenían ni un peso,
pero el patrón sabía que ellos eran muy ricos. Dio la casualidad que ese mes,
un trabajador del “Chopo” encontró 23 millones de dólares en una caleta en el
barrio San Pío de Itagüí. De una nos reportó ese dinero y lo tomamos. Fernando
Galeano y uno de los Moncada –Gerardo “Kiko”– se dieron cuenta de que un
muchacho de nosotros tenía la plata y subieron a la Catedral para hablar con el
patrón. No se imaginaban lo que les esperaba.
¿Cómo fue la
muerte de estos dos narcotraficantes?
Los
hicimos entrar a la cárcel la Catedral, porque afuera era más difícil matarlos.
Si mandábamos a uno de los hombres a secuestrarlos, nos lo podían “voltear”
–sobornar– con cien millones para que los liberaran. Por eso el Patrón dio la
orden de amarrarlos, torturarlos y darles sus tiros de gracia. Como sacar los
cuerpos en un camión era un problema a causa de los anillos del Ejército que
custodiaban la cárcel, el Patrón tomó la decisión de descuartizarlos y
quemarlos. Les dijimos al Ejército y al director del penal que íbamos a hacer
una fogata durante la noche. Para que no se sintiera el olor de los cuerpos
quemándose –y por si al Ejército le daba por inspeccionar–, al lado de la
fogata hicimos un asado. El olor de la carne asada se camufló con el de los
cadáveres rostizados. Ambos olores son parecidos. Pero “cremar” a una persona
en esas condiciones es muy difícil, y eso que duramos toda la noche volteando
los restos en la fogata. Lo que quedó lo desmenuzamos con un martillo y lo
deshicimos en ácido. Eso de que encontraron huesos en la Catedral es mentira.
¿A qué otras
personas mataron en la Catedral?
Se habla
de cientos de muertos, pero la verdad es que no matamos a nadie más. Sí se
ordenaron muchos asesinatos. Cuando llegamos a la Catedral teníamos una pelea
muy brava. Guerra con los paramilitares, guerra con el Cartel de Cali, y guerra
con la Policía. El patrón mandó a ejecutar a Henry de Jesús Pérez [jefe de las
autodefensas del Magdalena Medio, asesinado en 1991 en Puerto Boyacá]. El otro
Galeano –Mario– y el otro hermano Moncada –William– fueron asesinados por los
demás muchachos del grupo grande que se quedó afuera. El patrón mató a sus
socios porque ya sabía que ellos tenían acuerdos con el Cartel de Cali.
¿Cómo era la
rutina en la Catedral?
Eso allá
era una parodia de cárcel. La guardia municipal eran bandidos disfrazados de
guardianes del Inpec. Y la guardia que sí era del Inpec, a nivel nacional,
estaba en la parte externa. No teníamos contacto con ella. El último anillo de
seguridad era el del Ejército. Pero ellos también se hacían los de la vista
gorda. Quien realmente tenía el control de la seguridad del lugar era el
patrón. Esa cárcel se ganó en una guerra. Por eso dejaron que tuviéramos
condiciones especiales.
¿Cómo fue la
relación del Cartel de Medellín con el de Cali?
En un
principio los hermanos Rodríguez Orejuela eran amiguísimos de nosotros.
Estuvieron muchas veces presentes en las reuniones que se hacían en la hacienda
Nápoles. Incluso, cuando en 1984 capturaron en España a Jorge Luis Ochoa y al
señor Gilberto Rodríguez Orejuela, se unieron los dos carteles para planear un
rescate de las dos cabezas de cada una de las organizaciones, antes de que los
extraditaran a Estados Unidos. Finalmente, con mañas judiciales, lograron que
los mandaran a Colombia. Acá los absolvieron a ambos.
¿Entonces
por qué empezó la disputa?
La guerra
empezó por un lío de faldas entre “Piña” y Jorge Elí “el Negro” Pabón. “El
Negro” Pabón era un hombre muy leal a Pablo Emilio Escobar Gaviria. Y Alejo
Piña era un hombre de “Pacho” Herrera. Ambos habían sido amigos en una cárcel
de Nueva York. Pero cuando El Negro salió de prisión, se enteró de que Piña
estaba viviendo con la que había sido su esposa. El Negro habló con el patrón y
acordaron que había que matar a Piña. Como el Cartel de Medellín mató a Hugo
Hernán Valencia, un hombre que había tenido un problema con Gilberto Rodríguez,
les pedimos a los Rodríguez que nos devolvieran el favor. Que nos dejaran matar
a Piña, o que ellos mismos, con su gente, se encargaran de él. Nosotros no
sabíamos del poder económico y militar de “Pacho” Herrera. Los Rodríguez, en
vez de explicarle esto al patrón, fueron directamente a decirle a “Pacho”
Herrera que el Cartel de Medellín le quería matar a Piña y ahí se armó la
guerra. Los Rodríguez se beneficiaban de “Pacho” Herrera. Él era el rico de
Cali.
¿Cómo fue su
primer asesinato?
Me tocó
matar a un despachador de buses en Envigado. Cuando él era conductor, la mamá
de un amigo de Pablo Escobar se subió al bus que él conducía, y antes de
bajarse arrancó, la hizo caer, la dejó tirada en el suelo, no la ayudó y ella
murió; cuando este muchacho consiguió plata, le pidió a Pablo Escobar que lo
ayudara a vengarse del conductor. Yo hice la inteligencia, encontré al tipo y
lo maté. No sentí nada. Eso de que uno no duerme pensando en los muertos no
aplica conmigo. Tampoco he necesitado recurrir a la droga, a fumar cigarrillo o
tomar pastillas para estar tranquilo. Los actos que he cometido no me han
quitado el sueño.
¿Cuál era su
arma preferida?
Dentro
del Cartel de Medellín una subametralladora MP5 que tenía el patrón. También el
fusil AR-15 556. Hicimos la guerra con armas relativamente pequeñas, hasta con
pistolas y revólveres. Luego aprendimos a usar la dinamita. Con esa
arrodillamos al país. Pusimos 250 bombas en Cali, Bogotá y Medellín. La más
brava fue la del DAS. En la serie nos han mostrado usado rockets
(lanzacohetes). Alcanzamos a tener pero casi nunca los usamos. Un rocket es muy
difícil de manejar, para eso se necesita entrenamiento militar. Me acuerdo que
un día estábamos en la hacienda Nápoles, Carlos Lehder sacó uno para probarlo
contra una casa, disparó y el misil se le fue contra unas fincas más allá,
¡hizo un daño ni el verraco!
¿Quiénes
quedan vivos del Cartel de Medellín?
“El
Arete” vive en España. Unos dicen que “el Mugre” está vivo, otros que está
muerto, no estoy seguro. Y no más.
¿Tenía algún
ritual para antes o después de matar?
Para
nada. Gracias a Dios yo soy muy educado. Nunca me comí el cuento de que había
que encomendarse a un santo o hacer algún ritual. Los que hacen eso están
locos. En esa época había ritos y muchachos que andaban con escapularios. No
niego que creo mucho en Dios. Usted sabe que el paisa es rezando y matando…
[Risas].
¿En algún
momento pensó en traicionar a Pablo Escobar?
Jamás. Lo
primordial era protegerlo y pelear con él. Incluso en su momento más crítico,
cuando le dio paludismo cerebral, los únicos que estuvimos a su lado fuimos El
Arete y yo. El patrón estuvo varios días enfermo y tirado en una cama. Yo pude
haberlo metido en un costal y venderlo como un bulto de papas. Pero él era
amado por nosotros en el buen sentido de la palabra. Fue quien nos enseñó a
pelear y nos dio todo. Si Pablo Escobar volviera a nacer me iría con él sin
pensarlo.
¿No sintió
que Pablo Escobar podía traicionarlo o entregarlo como hizo con Carlos Lehder?
Lehder
fue entregado a las autoridades por Pablo Emilio Escobar Gaviria porque cometió
un error: mató al Rollo por un lío de faldas. El Rollo era un sicario muy
importante para el Cartel de Medellín, del mismo talante mío. Lehder se había
vuelto inestable, problemático, todo el día metía cocaína. En esa época la
policía de Medellín trabajaba con nosotros. Los altos mandos nos llamaban y nos
decían que si no había alguna captura los iban a cambiar. El patrón lo entregó
para parar la jauría.
¿Qué puede
decir sobre Griselda Blanco, asesinada hace poco, y de quien se dice fue la
patrona de Pablo Escobar?
Una dura.
En un principio, cuando era dueña del barrio Antioquia, tuvo mucho más poder
que Pablo Escobar. Alcanzó a ser la patrona de Medellín, pero el patrón no
quiso marchar para ella. Por eso, cuando ella ve que el patrón está creciendo,
lo quiere matar. Y ahí es cuando él se le enfrenta con todo el grupo y la saca
corriendo para Miami a finales de los años setenta. Griselda prefirió no entrar
en una guerra.
¿Alcanzó a
ser rico?
Sí. Nosotros
ganábamos mucho dinero. Y había gente que dependía de mí y también le iba muy
bien. Hoy no soy rico. Pero por ahí tengo unos pesitos que me ayudan a
mantenerme, a vivir bien. Yo aprendí que en este país para vivir bien no se
necesita mucho. Eso sí, no vuelvo a comprarme un reloj de oro, un
Mercedes-Benz, una finca con piscina. Y la próxima mujer que me consiga tiene
que ser humilde. Una mujer que no sea tan gastona para no tener que meterme en
problemas.
¿Alguna vez
se dio alguna excentricidad?
No. El
único gusto que me he dado en la vida son las mujeres. Dentro de las que he
tenido puedo nombrar a mi exesposa Ángela María Morales y a mi novia Wendy
Chavarriaga, exnovia de Pablo Escobar, y a quien me tocó mandar a matar por
orden de él. Dos princesas hermosísimas, reinas de belleza.
¿Se
arrepiente del asesinato de Wendy?
Lo de
Wendy fue una locura. Yo mandé a un grupo de muchachos –hoy todos está muertos–
que estaban bajo mi mando. No fui capaz de ejecutarla. Le puse una cita y ellos
se encargaron. Realmente hoy no lo haría. No me arrepiento de nada, no se puede
cambiar el pasado, pero a veces en mi celda me lo recrimino… Si algún día
vuelvo a ver a Wendy, solo podría decirle como en las películas: “I’m sorry”.
No era yo. Tenía toda esa violencia en la cabeza. Lo que pasa es que en esa
época yo era un hombre muy leal a Pablo Escobar y ella se había convertido en
informante del Bloque de Búsqueda. Wendy nunca le perdonó al patrón que la
durmiera y con la ayuda de un veterinario la hiciera abortar un hijo de ellos
dos.
Hábleme de
su exesposa y su hijo…
Tengo
rota la unidad familiar… Soy separado gracias a Dios, porque el matrimonio es
una cadena perpetua, por lo menos aquí me rebajan los años [risas]. Mi exesposa
vive con mi hijo en Estados Unidos. Con él hablo por teléfono, nos escribimos,
me manda ropa. Yo no he querido que venga a visitarme. No quiero que le tomen
fotos, no quiero arriesgar su vida. No sé si cuando salga lo vaya a buscar.
Además, como le digo, la situación con la mamá es complicada.
¿Cómo fue su
matrimonio?
Mi
padrino de bodas fue Iván Urdinola Grajales. Con él nunca hubo problemas porque
era del Cartel del Norte del Valle. Tuvimos una boda “normalita”, sencilla. El
cura no me quería casar porque me faltaba un papel, me tocó coger un cuchillo y
amenazarlo [risas]. Le dije: “me casa hijue…, o lo mato”. Me casé con un cura
amenazado y el matrimonio me salió “malangas”.
¿Cuando
salga quiénes pueden atentar contra su vida?
Mi cabeza
tiene precio solo para la familia Ochoa Vásquez. Por eso estoy protegido acá.
Ellos son los únicos que me quieren matar. La familia del patrón solo se dedica
a difamarme y desvirtuarme. Pero el que realmente está ofreciendo dinero para
que me maten es Jorge Luis Ochoa Vásquez, apoyado por una persona que siempre
ha estado oculta y la historia ha dejado como víctima por haber sido
secuestrada por el M-19: Martha Nieves Ochoa, “la hermana maquiavélica”. El
patrón, con la aprobación de Jorge Luis Ochoa –dato del que quizás se entere
apenas con esta entrevista– le mandó a matar al esposo cuando no quiso aportar
dinero al grupo de Los Extraditables. El encargado de ese trabajo fue Pinina.
Lo ejecutó dentro un gimnasio del barrio El Poblado en Medellín.
Usted afirma
que el hijo de Pablo Escobar (hoy Sebastián Marroquín) alcanzó a cometer
delitos…
Sí, él es
un bandido. Cuando yo estaba en la cárcel La Modelo, el patrón me autorizó para
que le pagara 50.000 dólares a un testigo que pensaba declarar contra Juan
Pablo, en la muerte del capitán de la policía Fernando Hoyos Posada en 1992.
Juan Pablo estuvo el día del atentado. Ayudó a instalar una caneca con dinamita
para volar la casa donde murió el oficial. Juan Pablo, desde los doce años,
participó en varias torturas que llevamos a cabo en la hacienda Nápoles.
¿Cómo eran
las torturas?
Duras,
crudas. Utilizábamos muchas cosas para torturar a los que considerábamos
nuestros enemigos. Bolsas, agua caliente, herramientas, soldadores, cuchillos.
Los llamábamos “métodos de presión”. Lo último que les mostrábamos a los que
llevábamos a torturar en la hacienda Nápoles era un arma de fuego.
Qué tiene
para decirle a la gente que no está de acuerdo con que usted salga libre…
Soy un
hombre que busca una oportunidad en la sociedad. Un hombre que está en paz
consigo mismo. Cuando salga, repito, no pienso hacerle mal a nadie. No le tengo
miedo a la justicia porque me he dado cuenta de que inclusive para un hombre
como Popeye puede haber justicia.
FUENTE:
Por: DANIEL
VIVAS BARANDICA
Entrevista publicada en febrero de 2013 en la
edición 16 de BOCAS.
http://www.eltiempo.com/bocas/popeye-uno-de-los-asesinos-cercanos-a-pablo-escobar-en-entrevista-con-revista-bocas/14425556
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