Joaquín
‘El Chapo’ Guzmán se fuga de la cárcel por un túnel de 1.500 metros.
El
pasadizo en la prisión de máxima seguridad disponía de ventilación, iluminación
y rieles
El
capo salió por la ducha
El Chapo Guzmán, durante su detención en febrero de 2014. / SAÚL RUIZ |
Lo
imposible ha ocurrido. Joaquín
Guzmán Loera, El Chapo, uno de los mayores narcotraficantes del
planeta, se ha fugado. El líder del cártel de Sinaloa, de 58 años, se escapó a
las nueve de la noche del sábado del penal de máxima seguridad de El Altiplano
por un túnel de 1.500 metros. Un pasadizo, iluminado y ventilado, por el que se
ha venido abajo el orgullo de las fuerzas de seguridad mexicanas. La magnitud
de la obra, que tenía hasta rieles para sacar escombros; la peligrosidad del
reo, que sólo necesitó ir a la ducha para desaparecer, y la impunidad que
revela todo el increíble plan de huida sitúan al Gobierno mexicano ante el más
grave de los retos y ponen en duda su capacidad para hacer frente a su enemigo
público número uno. Su captura hace un año, considerada como un éxito sin
precedentes en la lucha contra el narco, se enfrenta ahora a su reverso. Y lo
que es peor, a la imparable sospecha de que recibió ayuda desde el interior del
presidio. Todo el personal de la prisión, hasta ahora la más segura de México,
ha sido retenido y 18 funcionarios están siendo interrogados en la capital.
La
última grabación en la que se le ve quedó registrada a las 20.52. Tras tomar su
medicación, El Chapo se dirigía en ese momento al área de duchas. Allí, fuera
de la zona de videovigilancia, inició su fuga. Todo estaba milimétricamente
preparado. Oculta bajo una trampilla, se había excavado una boca rectangular,
de 2,5 metros cuadrados. Este orificio comunica con un conducto vertical de 10
metros de profundidad, en el que los delincuentes instalaron una escalera. Tras
bajarla, Guzmán Loera no tuvo más que pasar al túnel final (1,7 metros de
altura y 70 centímetros de ancho) y llegar, bajo luz eléctrica y buena
ventilación, hasta un inmueble en obras de la Colonia Santa Juanita. Ahí,
desapareció. Atrás sólo quedaron útiles de obra.
El
túnel, fruto de meses de trabajo, desata todo tipo de preguntas. ¿Cómo es
posible horadar una cárcel de máxima seguridad sin que nadie se dé cuenta?
¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que se dio la voz de alarma? ¿Con qué apoyos
internos y externos contó El Chapo? El Ejecutivo mexicano fue incapaz de
aclarar ninguna de estas cuestiones. El titular de la Comisión Nacional de
Seguridad, Monte Alejandro Rubido, visiblemente afectado, se limitó a leer un
comunicado con los datos básicos y recordar que se había puesto en marcha un
protocolo de seguridad. Este plan incluyó el cierre del aeropuerto de Toluca,
en el Estado de México, donde se ubica la cárcel, así como el despliegue de
cientos de policías. Doce horas después de la fuga, el operativo no había dado ningún
resultado.
La
cárcel de El Altiplano, a una hora en coche del Distrito Federal, forma parte
de las leyendas carcelarias mexicanas. En sus 27.000 metros cuadrados se
mezclan desde el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, hasta criminales como
Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, líder de los Caballeros Templarios; el
despiadado Edgar Valdez Villarreal, La Barbie; Héctor Beltrán Leyva, El H, o Miguel Ángel Félix
Gallardo, El Padrino, el padre de los grandes narcos, incluido El Chapo.
De sus rejas jamás se había escapado ningún reo. Considerado inexpugnable, el
penal está sometido a vigilancia excepcional y, al menos en apariencia, impone
a los presos un intenso control. Este hecho ha motivado episodios tan
ambivalentes como la carta firmada en febrero pasado por todos los grandes
capos en la que se que se quejaban de sus “indignas e inhumanas” condiciones.
La huida de El Chapo, cuya extradición a EEUU había sido
denegada por no haber riesgo de fuga, derriba de cuajo este mito y vuelve a
poner a las fuerzas de seguridad mexicanas en la situación previa al 22 de
febrero de 2014. Ese día, los comandos de la Marina detuvieron al capo en el
departamento 401 del Condominio Miramar, frente al malecón de Mazatlán, en
Sinaloa. La captura puso fin a una larga e intensa búsqueda que se había
acelerado una semana antes, cuando estuvieron a punto de atraparle en su casa
de seguridad de Culiacán. Salvado por la puerta de blindaje hidráulico, que le
dio unos minutos de oro, pudo huir a través de un pasadizo que desembocaba en
las alcantarillas. Acompañado de su escolta, el teniente desertor Alejandro
Aponte Gómez, El Bravo, decidió huir a los cerros de Sinaloa, el corazón de su
imperio. Pero antes quiso ver a su esposa, Emma Coronel, y a sus hijas gemelas.
Las pistas acumuladas y las intervenciones telefónicas (más de 100) permitieron
a las fuerzas de seguridad localizarle. El Chapo entró en el hotel de Mazatlán
en silla de ruedas, disfrazado de anciano. Cuando los comandos irrumpieron en
la habitación, se había ocultado en el baño. Eran las 6.50. Sobre la cama
quedaron una maleta rosa, un bote de champú y un montón de ropa desperdigada.
Había sido arrestado sin un disparo.
La
captura puso entre rejas a un narcotraficante que desde su rocambolesca fuga en
2001 era considerado prácticamente intocable. Guzmán Loera sólo había sido
detenido anteriormente, en Guatemala en junio de 1993 en una operación bajo
mando mexicano. En aquel entonces ya era un capo importante. Un hombre de
orígenes paupérrimos y que escribía con dificultad, pero cuya sangre fría le
había hecho prosperar a la sombra del líder del cártel de Guadalajara, Miguel
Ángel Félix Gallardo, apresado en 1989 y que precisamente ocupa celda en El
Altiplano. Tras esta primera detención en Guatemala, permaneció siete años en
prisión, hasta que la noche del 18 de enero de 2001, ocultó en un carro de
lavandería, se escapó de la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande, en
Jalisco. Al menos 71 personas, entre ellas numerosos funcionarios, participaron
en la fuga.
Fue
entonces cuando empezó su verdadero ascenso. Rompió con sus socios y desató la
guerra contra otros cárteles. A sangre y fuego su poder fue creciendo. No hubo
límite en esta expansión. Se enfrentó a los temibles zetas, libró una oscura
batalla en Ciudad Juárez, doblegó sin compasión a los cárteles más débiles.
Abrió nuevas rutas internacionales para la cocaína. Sus años dorados fueron el
infierno de México. Era la guerra. Y el Estado respondió con la movilización
del Ejército. El país entró en estado de choque. Mutilaciones, decapitaciones,
asesinatos en masa se volvieron moneda corriente, mientras en la cúspide del
dolor, El Chapo acumulaba una fortuna que, según Forbes, le situaba entre los
hombres más ricos del país. El niño criado en las estribaciones de la Sierra
Madre oriental, el agricultor de modales torpes, se había convertido en el
señor oscuro de América.
Su
poder era excesivo. El Departamento del Tesoro de EEUU estableció que
controlaba a lo largo de 10 países una red criminal formada por 288 empresas y
miles de operadores. Y su capacidad letal, cristalizada en un ejército de
sicarios, ponía en cuestión al mismo Estado. Una inmensa maquinaria se puso en
marcha para someterle a la ley. Por ello, cuando llegó su caída, fue vista no
sólo como un triunfo del Estado de derecho, sino como el principio de fin de la
vorágine y el ocaso de una era, la de los grandes señores de la droga.
Bajo
estas coordenadas, el Gobierno de Enrique Peña Nieto ha conseguido en dos años
y medio acabar con los principales capos que simbolizaban este
reto. El primero en caer fue Miguel Ángel Treviño, el Z-40, el hombre que pobló México de
decapitaciones y que en sus orgías de sangre aseguran que llegaba a morder los
corazones de sus víctimas. Luego llegaron muchos más, como Nazario Moreno, El Chayo, cabecilla de la narcosecta de
Los Caballeros Templarios; su sucesor La Tuta, y en marzo pasado Omar Treviño Morales, el
Z-42. Estos éxitos han sido presentados como una seña de identidad del
Ejecutivo y han hecho creíble un combate que durante años se movió entre el
escepticismo general. La fuga del penal de El Altiplano y sus más que
previsibles repercusiones políticas, van a zarandear de firme estos logros. El
Chapo vuelve a estar libre. El Estado mexicano se enfrenta, de nuevo, a su
mayor enemigo.
FUENTE:
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/12/actualidad/1436683448_468552.html
El "Chapo" solo responde a intereses de mafiosos ligados a las transnacionales, quienes controlan el poder económico y político en el mundo; no será novedad, nuevamente escape.
ResponderBorrar