¿Indultar a Fujimori?
Sería un desafuero insensato sacar de
la cárcel a un exmandatario que dio un golpe de Estado e instauró una de las
dictaduras más corruptas de la historia del Perú.
Alberto Fujimori (FERNANDO VICENTE) |
Las conversaciones privadas no deben
convertirse en públicas y, por desgracia, la que tuve con el presidente del
Perú Pedro Pablo Kuczynski durante su reciente visita a España ha sido objeto
de rumores y especulaciones que no siempre corresponden a la verdad. Por eso
autoricé a mi hijo Álvaro para que, en una entrevista en El
Comercio,reprodujera lo que le dije al mandatario respecto a la
posibilidad de que indultara a Fujimori.
Nunca me indicó que tuviera la menor
intención de hacerlo; sólo que, como le llegaban numerosas cartas y documentos
pidiendo el indulto por razones de salud, había entregado todo ese material a
tres médicos a fin de que le informaran sobre el estado del reo. Mi impresión
personal es que Kuczynski es un demócrata cabal y una persona demasiado decente
para cometer un desafuero tan insensato como sería el sacar de la cárcel y
devolver a la vida política a un exmandatario que, habiendo sido elegido en
unas elecciones democráticas, dio un golpe de Estado instalando una de las
dictaduras más corruptas de la historia del Perú. Y echando por tierra la
sentencia de un tribunal civil que en un juicio abierto, con observadores
internacionales y de manera impecable, condenó al exdictador por sus crímenes a
pasar un cuarto de siglo entre rejas.
Ese juicio no tiene precedentes en la
historia peruana. Nuestros dictadores o morían en la cama, sin haber devuelto
un centavo de todo lo que robaban, o eran asesinados, como Sánchez Cerro.
Algunos, como Leguía, murieron en la cárcel, sin haber sido juzgados. Pero, en
este sentido, el juicio de Fujimori fue ejemplar. Lo juzgó un tribunal civil,
dándole todas las garantías para que ejercitara su derecho de defensa, y, pese
a todas las campañas millonarias de sus partidarios, ninguna instancia jurídica
o política internacional ha objetado el desarrollo del proceso ni a los
magistrados que lo sentenciaron.
Por otra parte, él no ha manifestado
jamás arrepentimiento alguno por los asesinatos, secuestros y torturas que
ordenó y que se perpetraron durante su dictadura, y tampoco ha devuelto un solo
centavo de los varios miles de millones de dólares que sacó al extranjero de
manera delictuosa durante su Gobierno. (Los únicos 150 millones de dólares que
ha recuperado el Perú de los cuantiosos robos de aquellos años los devolvió
Suiza, de una cuenta corriente que había abierto Vladimiro Montesinos, el
cómplice principal de Fujimori). Su liberación sería un acto ilegal flagrante,
como ha afirmado en The
New York Times Alberto Vergara, teniendo en cuenta que todavía
no ha sido juzgado por otra de las matanzas del Grupo Colina, realizada en
Pativilca en 1992. Sería una “aberración jurídica que perdonase a Fujimori
hacia el futuro, por crímenes todavía no procesados”.
“Jamás manifestó arrepentimiento por los asesinatos,
secuestros y torturas que ordenó”
No
sólo sería una ilegalidad; también, una traición a los electores que lo
llevamos al poder y a las familias de las víctimas de los asesinatos y
desapariciones, a quienes prometió firmemente que no liberaría al exdictador.
No nos engañemos. La extraordinaria movilización entre la primera y la segunda
vuelta que permitió el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski se debió en gran parte
al temor de una mayoría del pueblo peruano de que el fujimorismo volviera al
poder con Keiko, la hija del condenado. El voto de la izquierda, decisiva para
esa victoria, jamás se hubiera volcado masivamente a darle el triunfo si
hubiera imaginado que iba a devolver a la vida pública peruana a uno de los
peores dictadores de nuestra historia.
Hay quienes piensan que el indulto
ablandaría al Parlamento que, hasta ahora, además de tumbar varios ministros
del Gobierno, ha paralizado la acción gubernamental obstruyendo de manera
sistemática las iniciativas del Ejecutivo para materializar su programa,
introduciendo reformas económicas y sociales que dinamizaran la economía y
extendieran la ayuda a las familias de menores ingresos. Quienes piensan así,
se equivocan garrafalmente. No se aplaca a un tigre echándole corderos; por el
contrario, se reconoce su poder y se lo estimula a que prosiga su labor
depredadora. Fue una equivocación no haber enfrentado con más firmeza desde un
principio la irresponsable oposición del fujimorismo en el Congreso; pero, al
menos, ha servido para mostrar a la opinión pública la indigencia intelectual y
la catadura moral de quienes, desde las curules parlamentarias, están
dispuestos a impedir la gobernabilidad del país, aunque sea hundiéndolo, para
que fracase el Gobierno al que detestan por haberlos derrotado en aquella
segunda vuelta que ya festejaban como suya.
La dictadura es siempre el mal
absoluto, el régimen que destruye no sólo la economía, sino también la vida
política, cultural y las instituciones de un país. Las lacras que deja perduran
cuando se restablece la democracia y muchas veces son tan mortíferas que
impiden la regeneración institucional y cívica. La gran tragedia de América
Latina en su vida independiente han sido las dictaduras que se sucedían
manteniéndonos en el subdesarrollo y la barbarie pese a los esfuerzos
desesperados de unas minorías empeñadas en defender las opciones democráticas.
“La democracia no libra a los países de
pillos, pero permite que sus pillerías sean castigadas”
Desde que cayó la dictadura
fujimorista, en el año 2000, el Perú vive un período democrático que ha
reducido la violencia e impulsado su economía de manera notable al extremo de
que su imagen internacional, en estos últimos años, ha sido la de un país
modelo que atraía inversiones y parecía un ejemplo a seguir por los países del
tercer mundo que aspiran a dejar atrás el subdesarrollo. El indulto a Fujimori
echaría por los suelos esta imagen y nos retrocedería otra vez a la condición
de república bananera.
Es verdad que, gracias a las
revelaciones y denuncias de Odebrecht, la gestión de algunos de los
expresidentes de la democracia, como Toledo, primero, y ahora Humala, se ha
visto empañada con acusaciones de malos manejos, corrupción y tráficos
ilícitos. En buena hora: que todo aquello se ventile hasta las últimas
consecuencias y, si ha habido efectivamente delito, que los delincuentes vayan
a la cárcel. Esas cosas las permite la democracia, un sistema que no libra a
los países de pillos, pero permite que sus pillerías sean denunciadas y
castigadas. La democracia no garantiza que se elija siempre a los mejores, y, a
veces, los electores se equivocan eligiendo la peor opción. Pero, a diferencia
de una dictadura, una democracia, sistema flexible y abierto, puede corregir
sus errores y perfeccionarse gracias a la libertad. Fujimori, que llegó al
poder, arrasó con todas las libertades y con ese sistema democrático que le
había permitido alcanzar la más alta magistratura. No es por ese crimen
mayúsculo por el que está en la cárcel, sino porque, además de haber acabado
con nuestra precaria democracia, se dedicó a robar de la manera más descarada,
y a asesinar, torturar y secuestrar con más alevosía que los peores dictadores
que ha padecido el Perú. No puede ni debe ser indultado.
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© Mario Vargas Llosa, 2017.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2017/07/14/opinion/1500029371_557689.html
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