EL SALVADOR: Esposados y de regreso a un país en el
que no han vivido en décadas: así es la vida de los salvadoreños deportados de
Estados Unidos.
No fue hasta que se subió al avión
que José Luis Canales comenzó a llorar.
26,000 salvadoreños deportados de Estados Unidos y México retornaron al país el año pasado. |
Desde el momento en el que fue
detenido sabía que tenía muchas posibilidades de que lo mandaran de regreso a
El Salvador, lejos de la familia y la vida que se había labrado en Estados
Unidos.
Pero nada parecía real hasta que se
vio sentado y encadenado junto a decenas de otros deportados que volaban con
él.
Fue entonces cuando se dio de bruces
con la realidad y empezó a desesperarse.
"Estoy completamente solo. No
tengo a nadie", recuerda que pensaba. "No tengo a donde
ir".
Sin tener a nadie a quien regresar en
el país que le vio nacer, se volteó hacia el hombre al que estaba esposado.
Ayuda desconocida
"Me contó su historia, que no
tenía nada a lo que regresar ni nadie que pudiera ayudarle", recuerda
Miguel Ángel Cañizales dos semanas después de que ambos llegaran a El Salvador.
Enseguida ofreció su casa y la ayuda
de su familia al hombre que acababa de conocer.
"Le dije, 'mira, te ayudaré en
todo lo que pueda. No te preocupes, de alguna manera saldremos adelante'",
cuenta.
Ingeniárselas para mantenerse a flote
es precisamente lo que llevan haciendo desde entonces. Con la familia de
Miguel, José encontró una cama y algo de ropa con la que vestirse. Estiraron lo
poco que tenían para poder dar de comer a una boca más.
"Estaba un poco preocupado con
lo que podrían decir mis hermanas cuando llegase a casa con un
desconocido", admite Miguel Ángel. Pero las profundas creencias cristianas
de la familia hicieron que ayudar a José fuese casi un deber.
Deportaciones masivas
La difícil situación de José es común
en El Salvador: 26,000 deportados de Estados Unidos y México retornaron al país
el año pasado. Les espere una familia o no, todos pasan por el centro de atención al inmigrante La Chacra, situado en la
capital.
El día que estuvimos allí, una riada
de personas — desde abuelos a bebés— bajó de tres camiones del servicio de
inmigración. "Ayer había aquí seis como esos", me cuenta un
funcionario del centro.
Los deportados no tienen cordones en
sus zapatos y muchos de ellos todavía llevan el uniforme de prisiones color
gris que se les da en los centros de
detenciónestadounidenses.
Aquí al menos son recibidos con una
gentileza: un café, una comida, la oportunidad de llamar a la familia y una
primera atención médica.
La administración de Trump dice que
manda a estos deportados de regreso a su casa.
Pero para muchos, "casa" es
Estados Unidos.
Es el caso de William. Sus padres lo
llevaron a Estados Unidos cuando era tan solo un niño y
vivió allí por 40 años.
"Es muy extraño para mi volver
al sitio donde nací", dice mientras esperamos a que el café esté listo,
"porque realmente apenas he vivido aquí".
Consciente del enorme estigma que hay
sobre los deportados, nos pide que solo utilicemos su nombre de pila y asegura
que encontrar un trabajo decente es un desafío.
"Nadie quiere trabajar por US$10 al día", dice con un fuerte
acento californiano.
"En las centralitas telefónicas
pagan entre US$30 y US$35 al día, así que estoy pensando en sacar provecho a
algo en lo que soy bueno que es hablar inglés".
Habiendo trabajado como instructor en
Estados Unidos, su objetivo es abrir una academia de inglés para enseñar a la
gente a trabajar en las centralitas.
Hay un programa del gobierno que
ofrece a los deportados con espíritu emprendedor una pequeña ayuda inicial para
crear esas compañías, pero conseguir la financiación no es fácil, asegura
William.
Un futuro difícil
Los políticos saben que el panorama
que espera a los deportados no es alentador y que, en primer lugar, necesita
hacer más para evitar el éxodo a Estados Unidos.
Pero las llamadas al gobierno de
Trump para trabajar juntos en el tema parecen estar cayendo en oídos
sordos, asegura Johnny Wright, un diputado del parlamento salvadoreño.
"Si eliminas el componente
humanitario o humano, entonces no estás hablando de que son vidas humanas las
que están en juego", argumenta. "La reunificación familiar o
cualquiera de estos principios son el pegamento que ha mantenido vigente la
situación actual".
Pero Wright no es en absoluto un
liberal. Como miembro del partido conservador ARENA, quiere que la Casa Blanca
cambie su lenguaje acerca de los inmigrantes, debido a las declaraciones del
presidente Trump describiendo a El Salvador.
"Cuando tienes este tipo de
discurso, estás reforzando el estereotipo y la división. Es básicamente la
política del miedo".
Jose y Miguel Ángel, han conseguido
evitar uno de sus mayores miedos: el desempleo.
Ambos encontraron un trabajo a través
de la iglesia construyendo gradas en un campo de deportes de un barrio pobre de
la capital.
"Mi plan al principio era
regresar a Estados Unidos", dice José limpiándose el sudor de la
frente, "a través de Guatemala y después México". Pero Miguel Ángel
lo disuadió, insistiendo en que estaría más seguro en El Salvador.
Puede que fueran simplemente extraños
cuando fueron encadenados el uno al otro, pero ahora parecen que por el momento
no están dispuestos a separarse.
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-43502875
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