Todo cambia en la ciudad, cadetes: Crónica: La Jaguar, La Poeta, La Esclava...
Colegio Militar Leoncio Prado
La sugerencia de una congresista aprista desató esta semana un intenso debate en Internet: ¿chicas en el Colegio Militar Leoncio Prado? Aquí la posición de algunos ex alumnos
Aquella tarde del sábado 25 de marzo de 1950, en el puerto del Callao, la portátil del general Manuel A. Odría lo despedía entre salvas y cornetas, aunque el presidente de la Junta Militar de Gobierno solo iba a Chimbote: un poco de forzada ostentación.
Los vespertinos narraban la vergonzosa derrota de Sporting Tabaco ante Emelec de Guayaquil por 7-2: tras una seguidilla de fouls, el peruano Villanueva asestó un brutal cabezazo al ecuatoriano Ordandelli. Cuando todos los jugadores se confundían en trompadas, el público ‘guaya’ entró a la cancha para rematar a Villanueva, quien terminó en una clínica. No había pasado una década de la guerra fronteriza.
Otra noticia era la del paciente del hospital Carrión, que había querido suicidarse con una navaja de afeitar. Y otra más, la del asaltante que quiso matar a su vecino por haberle obstaculizado, sin querer, un robo.
Esa misma tarde de atmósfera densa, Mario Vargas Llosa y otros 351 adolescentes recién llegados al Colegio Militar Leoncio Prado (La Perla) sentían miedo, pero lo disimulaban. Eran ‘perros’, es decir, los ingresantes de tercer año, lo más bajo de la pirámide escolar, y les esperaba un bautizo violento a cargo de los ‘chivos’ de cuarto, quienes habían albergado por un año las ganas de desquitarse de la bienvenida que les dieron antes las ‘vacas (sagradas)’ de quinto.
De juegos de poder, miedo, disimulo, violencia y venganza suelen desbordarse las relaciones sociales en países bajo regímenes castrenses. “Y el Leoncio Prado era un Perú chiquito”, confesó Vargas Llosa, cuando ya no era ‘perro’ ni Esclavo, ni siquiera Poeta, sino Nobel de Literatura.
QUÉ ME MIRA, SEÑORITA
Han pasado seis décadas desde el régimen de Odría. Las cosas han cambiado, y en prueba de ello, la congresista Mercedes Cabanillas lanzó esta semana una propuesta que sacó chispas en la web: “Pediré al Ministerio de Educación que haya chicas en el Leoncio Prado”.
“¡Tienen que respetar la tradición de colegio de hombres!”, se manifestaron, escandalizados, muchos leonciopradinos en una página de Facebook y en algunas cuentas de Twitter.
“Esa tradición ya se rompió hace rato en las FF. AA. y en la policía”, replicó Cabanillas.
“¡Tienen que respetar la tradición de colegio de hombres!”, se manifestaron, escandalizados, muchos leonciopradinos en una página de Facebook y en algunas cuentas de Twitter.
“Esa tradición ya se rompió hace rato en las FF. AA. y en la policía”, replicó Cabanillas.
El viceministro de Educación, Idel Vexler, la apoya: “Es una propuesta pertinente y moderna”. Añade que lo importante es que el Leoncio Prado sea colegio y no cuartel.
“¿Y por qué mejor no hacen un colegio militar solo para mujeres?”, se inquieta el actor y leonciopradino Sergio Galliani, quien no recuerda cuántas veces tiró contra (se escapó) para ver a su enamorada, exponiéndose a que lo expulsaran o lo metieran al calabozo. “Además, tendrían que cambiar los castigos físicos, el vocabulario, los rituales de bautizo. No lo digo por machista, sino porque una chica a esa edad ya tiene bastante con los cambios bruscos en su cuerpo”, insiste Galliani.
Para el psicoanalista Max Silva Tuesta, quien pertenece a la famosa séptima promoción (la de Vargas Llosa), la idea es complicada: “Si hay escándalos eróticos en los institutos armados de adultos, me parece muy delicado juntar a adolescentes de ambos sexos en un internado militar. En esa época había mucho control y los oficiales no podían con nosotros. No me imagino cómo harían ahora si se suman chicas”. Silva recuerda su bautizo de ‘perro’: tuvo que recitar el poema “Patria” varias veces, entre carcajadas. Era eso o el famoso ángulo recto (doblar el cuerpo como bisagra para recibir un puntapié en el trasero).
“¿Y por qué mejor no hacen un colegio militar solo para mujeres?”, se inquieta el actor y leonciopradino Sergio Galliani, quien no recuerda cuántas veces tiró contra (se escapó) para ver a su enamorada, exponiéndose a que lo expulsaran o lo metieran al calabozo. “Además, tendrían que cambiar los castigos físicos, el vocabulario, los rituales de bautizo. No lo digo por machista, sino porque una chica a esa edad ya tiene bastante con los cambios bruscos en su cuerpo”, insiste Galliani.
Para el psicoanalista Max Silva Tuesta, quien pertenece a la famosa séptima promoción (la de Vargas Llosa), la idea es complicada: “Si hay escándalos eróticos en los institutos armados de adultos, me parece muy delicado juntar a adolescentes de ambos sexos en un internado militar. En esa época había mucho control y los oficiales no podían con nosotros. No me imagino cómo harían ahora si se suman chicas”. Silva recuerda su bautizo de ‘perro’: tuvo que recitar el poema “Patria” varias veces, entre carcajadas. Era eso o el famoso ángulo recto (doblar el cuerpo como bisagra para recibir un puntapié en el trasero).
UN ÁNGULO RECTO DOBLE
“Cuado yo pasé por allí era impensable que hubiese mujeres, por los códigos. Los cadetes de cuarto y quinto escupían en un vaso y nos obligaban a los de tercero a beber el contenido”, recuerda sin asomo de rencor el empresario Ricardo Vega Llona.
En 1956, cuando ingresó al colegio con 12 años, la sociedad –dice– era más machista. “Para estos días, me parece una buena iniciativa lo de las chicas”. Le apena la decadencia en la que ha caído el colegio. “No tuvimos un solo lujo, pero teníamos a los mejores profesores del país”, añora.
“Oye tú, qué prefieres, un ángulo recto doble [la cabeza cerca de una pared para golpearse contra ella al recibir la patada] o subir 100 veces la escalera”, le preguntaron los ‘chivos’ a Luis Valderrama, también integrante de aquella célebre séptima promoción y hoy ingeniero agrónomo.
“Yo, la escalera”, dije. “No sé si la jalaron o se movió, pero al caer rompí un lavatorio y me corté los dedos. No sentí dolor en ese momento. Mi ropa se tiñó de sangre y todos salieron disparados”, narra. Tiene 74 años y el dedo meñique de la mano izquierda es una pequeña garra, que agita al rememorar. El episodio aparece –con tintes de ficción– en el tercer capítulo de “La ciudad y los perros”.
“Todos teníamos una chapa. La mía era ‘Pavo’, ‘Muelón’ era la de Mario”, revela Valderrama. Recuerda los “folletitos que escribía el ‘Muelón’” y está seguro de que Estavino era el apellido del Jaguar, quizás el personaje más memorable de la novela. “Era un chico de la selva bien alegre y buen peleador”. De ese verdadero ‘Jaguar’ supo luego que era un próspero maderero.
El general Herman Hamann, presidente del Centro de Estudios Histórico Militares, integró la primera promoción de leonciopradinos, graduados en 1946.
Insiste en que el famoso ritual de iniciación solo existió en la mente del novelista. Más que un reniego, lo suyo es una fidelidad castrense. “Los muchachos nos enamoramos mucho, pero ahora las chicas saben defenderse. Creo que ya es la hora de las leonciopradinas”, finaliza.
“Oye tú, qué prefieres, un ángulo recto doble [la cabeza cerca de una pared para golpearse contra ella al recibir la patada] o subir 100 veces la escalera”, le preguntaron los ‘chivos’ a Luis Valderrama, también integrante de aquella célebre séptima promoción y hoy ingeniero agrónomo.
“Yo, la escalera”, dije. “No sé si la jalaron o se movió, pero al caer rompí un lavatorio y me corté los dedos. No sentí dolor en ese momento. Mi ropa se tiñó de sangre y todos salieron disparados”, narra. Tiene 74 años y el dedo meñique de la mano izquierda es una pequeña garra, que agita al rememorar. El episodio aparece –con tintes de ficción– en el tercer capítulo de “La ciudad y los perros”.
“Todos teníamos una chapa. La mía era ‘Pavo’, ‘Muelón’ era la de Mario”, revela Valderrama. Recuerda los “folletitos que escribía el ‘Muelón’” y está seguro de que Estavino era el apellido del Jaguar, quizás el personaje más memorable de la novela. “Era un chico de la selva bien alegre y buen peleador”. De ese verdadero ‘Jaguar’ supo luego que era un próspero maderero.
El general Herman Hamann, presidente del Centro de Estudios Histórico Militares, integró la primera promoción de leonciopradinos, graduados en 1946.
Insiste en que el famoso ritual de iniciación solo existió en la mente del novelista. Más que un reniego, lo suyo es una fidelidad castrense. “Los muchachos nos enamoramos mucho, pero ahora las chicas saben defenderse. Creo que ya es la hora de las leonciopradinas”, finaliza.
SEPA MÁS
MVLL escribió “La ciudad y los perros” siete años después de dejar el colegio militar, mientras vivía en Madrid, bajo la dictadura franquista.
“La coeducación es mejor. Los chicos y chicas aprenden a respetarse de modo natural y aparece menos abuso porque son amigos. Lo que hay que definir es la educación militar”, opina Liuba Kogan, especialista en Educación y Género de la U. del Pacífico.
“La coeducación es mejor. Los chicos y chicas aprenden a respetarse de modo natural y aparece menos abuso porque son amigos. Lo que hay que definir es la educación militar”, opina Liuba Kogan, especialista en Educación y Género de la U. del Pacífico.
FUENTE: Por: Roxabel Ramón
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