La
Gripe Española de 1918 también aplazó la Copa América.
En
1918 una enfermedad estadounidense, que se llamó ‘Gripe Española’ se propaló
por todo el mundo y llegó a Brasil, lo que obligó a postergar el certamen.
Brasil logró el título de esa Copa América 1919, venciendo a Uruguay en la final. (Foto: Conmebol) |
“La
impresión que quedó de aquellos días es que todo el mundo murió”, recordaba el
célebre periodista y escritor brasileño Nelson Rodrigues. O, para describirlo
mejor, se preguntaba “¿Quién no murió…?”. Él tenía sólo 6 años y se salvó.
Hablaba de la gripe española de 1918, que en realidad no era española sino
estadounidense. Ocurrió que, al estar al margen de la Primera Guerra Mundial,
los diarios españoles no estaban censurados para informar sobre la epidemia que
amenazó seriamente a la raza humana. Hablaban de la plaga que mataba gente en
España, pero en realidad exterminaba en todas partes.
Las
tropas norteamericanas que iban a Europa a combatir llevaron consigo el mal que
terminó costándole la vida a 50 millones de personas en todo el planeta. Cuando
ya era confirmado que miles de soldados de la Unión estaban infectados, el
presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, consultó al general Peyton C.
March, jefe del estado mayor del ejército, si no era mejor parar el envío de
combatientes a Francia, pero March sostuvo que hubiera sido muy mala estrategia
si Alemania y el Imperio austrohúngaro se enteraban de tal flaqueza. Siguieron
mandando y centenares de efectivos morían en los barcos; otros, al llegar. Así
universalizaron el contagio. Al mismo tiempo, prohibieron a los medios la
difusión de noticias sobre el mal. Lo mismo hicieron los países aliados.
Y
de Europa se propagó a todos los rincones del mapa. Tan grave fue aquella peste
que hace ver al temible coronavirus actual como una fiebre menor. Brasil fue
uno de los más azotados de América, Río de Janeiro en particular. La Cidade
Maravilhosa llegó a tener quincenas de mil muertos por día. “Estaban las calles
inundadas de ataúdes”, agregaba Nelson, hermano de Mario Filho, también
jornalista, cuyo nombre lleva el estadio Maracaná por ser el impulsor de su
construcción. El electo presidente Francisco Rodrigues Alves no llegó a asumir
su segundo mandato pues murió por “la española”.
Aquella
estela de muerte, hace 102 años, tuvo grandes similitudes con el Covid 19 de
estas horas: obligó a suspender el fútbol. Los campeonatos carioca, paulista y
pernambucano fueron interrumpidos. Antes no había un certamen nacional en
Brasil debido a las grandes distancias; eran estaduales. Fluminense, el más
poderoso en los albores del juego en Río, era el puntero al pararse la
actividad. Y sería el campeón tras la reanudación, pero en el medio sufrió la
muerte por la gripe de uno de sus jugadores, Archibald French.
Entre
tanta mortandad, debió postergarse para el año siguiente la Copa América, que
estaba pautada para mayo en Río, entonces capital de Brasil. Para tan magno
acontecimiento (la Copa era un bebé recién nacido, pero ya movía multitudes),
Fluminense invirtió 1.500 millones de reales, una auténtica fortuna, para
construir su estadio “Das Laranjeiras”, que sería escenario del torneo, en la
zona más elegante de la ciudad y del país, pegado al palacio Guanabara. Dos veces
lo visitamos, un escenario encantador, de madera, con una finísima terminación,
que hasta hoy mantiene la entidad tricolor. La alta sociedad contribuyó,
seguramente el Gobierno también, dado que Brasil, como anfitrión, no podía
desentonar en una fiesta que por entonces seguía siendo un juguete de las
clases adineradas, aunque ya el proletariado empezaba a sentir pasión por la
pelota.
La
de Brasil era una selección blanca, por su camiseta y porque no se admitían
jugadores negros. Era una ley no escrita, pero no se los aceptaba. Sin embargo,
el Pelé de la era fundacional, Arthur Friedenreich, era mulato, hijo del
empresario alemán Oskar Friedenreich y de una lavandera afroamericana de nombre
Mathilde. El Tigre, como era apodado, tenía la piel morena y lo atenuaba
maquillándose con polvo de arroz. Era tal goleador que el racismo hacía una
excepción con él.
Sin
razón aparente, después de dejar el tendal, la gripe española desapareció igual
que como había llegado. Se había firmado la paz en Europa y en 1919 salió el
sol, volvió la esperanza. Se terminó el impactante coliseo de Fluminense y
Brasil hospedó la Copa América. Como las asociaciones de San Pablo y Río de
Janeiro estaban enfrentadas, hubieron de hacer hartas gestiones para
reconciliarlas y que la seleção alistara a todos los cracks. De hecho, Río
ponía el escenario, el glamour y el público, pero San Pablo aportaba el
talento: Amílcar, Neco y Friedenreich -las estrellas- y otros cinco paulistas
eran titulares.
Aquella
Copa América de 1919 despertó un entusiasmo excepcional en Río. Brasil se
estrenó goleando a Chile 6 a 0 ante 20.000 personas y con el presidente de la
República, Delfim Moreira, en el palco. Todo era euforia, aunque el rastro de
la muerte se dejó ver nuevamente. En el cotejo Uruguay 2 - Chile 0, el arquero
oriental Roberto Chery, “El Poeta”, porque escribía versos y sonetos, realizó
una arriesgada intervención a los pies de un rival y quedó gravemente
lesionado, con estrangulamiento de hernia. Fue internado de urgencia y operado.
Pese a ello falleció, a causa de la deficiente intervención médica. Único caso
en la historia de la Copa. La delegación argentina, eliminada tempranamente, tomó
el primer vapor hacia el sur y fue portadora del cadáver de Chery, arquero de
Peñarol. Al llegar al puerto de Montevideo, en una ceremonia cargada de dolor y
de silencios, los jugadores argentinos bajaron el féretro y lo entregaron a las
autoridades del fútbol uruguayo.
En
tanto, en Río, seguía el torneo. Brasil y Uruguay empataron el último encuentro
2 a 2, igualaron las posiciones y debieron ir a un desempate, disputado cuatro
días después ante una muchedumbre nunca vista hasta ahí en una cancha del continente:
casi 25.000 espectadores, todos apretujados. Uruguay venía con la chapa de
bicampeón, pero Brasil había armado una escuadra fuertísima, estaban muy
parejos. Primer tiempo 0 a 0; el segundo, pleno de angustia, siguió sin goles.
Fue necesario ir a un alargue. Los jugadores no tenían la preparación física de
ahora, por lo cual les autorizaron un descanso en vestuarios. Para peor, en
esos tiempos no existían aún las tandas de penales ni las sustituciones
(comenzaron en la Copa América de 1936-37). Volvieron al campo a jugar un
tiempo de media hora con cambio de arcos a los 15 minutos. ¡Y nuevamente
quedaron 0 a 0…! Otro cambio de lado y una media hora más… Ahí sí, a los 2
minutos, Neco desbordó por derecha, Friedenrech pescó un rebote y la mandó a la
red. Es el partido oficial más largo de la historia: 150 minutos. Así terminó:
1-0 y Brasil por primera vez campeón. ”El delirio se apoderó de la multitud. El
público invadió el field. Los jugadores brasileños fueron cargados en andas por
el pueblo, que formó un cortejo glorificador”, escribió Thomaz Mazzoni, pionero
de los historiadores futbolísticos en la patria de Pelé y Garrincha.
Durante
años, la pelota del partido, firmada por los once campeones, lució en una
vitrina en la CBF. No obstante, lo más simpático fue otro homenaje: tomaron la
pierna de un maniquí, la vistieron con la media y el botín con que Friedenreich
marcó el gol y la expusieron en la vidriera de una joyería en la avenida Río
Branco junto a un cartelito que decía “A perna do campeão”. Estuvo meses en
exhibición. Aquella Copa amenazada por la gripe española terminó en euforia y
fue el primer golpe de autoridad del fútbol brasileño. Ahí empezó a ser grande.
FUENTE: Jorge Barraza
https://elcomercio.pe/deporte-total/la-gripe-espanola-de-1918-tambien-aplazo-la-copa-america-por-jorge-barraza-noticia/?ref=ecr
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