Tiempos recios en Perú.
Alberto Vergara /Es politólogo peruano.
“Élite de Perú en pánico ante la perspectiva de una victoria
de la extrema izquierda en la elección presidencial”, tituló el Financial Times su nota sobre las
elecciones peruanas. El periodista llegado de Londres captó rápidamente la
característica principal de la elección del domingo 6 de junio. En mi vida
adulta nunca había visto una elección así de reacia a los argumentos y guiada
por la voluntad de infundir miedo en la sociedad peruana.
Alessandro Cinque/
Reuters
El resultado de la elección es todavía incierto. Está
claro, en cambio, que el miedo y la desconfianza han ascendido a otro nivel
tanto en el sistema político como en la sociedad peruana. Y ahora el peligro de
que los recelos se desborden en un conflicto político de gran escala debe ser
conjurado.
Comencemos con lo evidente: los dos candidatos que
llegaron a segunda vuelta asustan. Pedro Castillo postuló con el partido Perú Libre, cuyo ideario promete, sin rubores, un
régimen leninista, y hemos oído a sus líderes afirmar que llegarán al poder para eliminar la alternancia democrática. Keiko
Fujimori, por su parte, reivindica la dictadura corrupta de su padre, Alberto Fujimori
(1990-2000), y en los últimos diez años lideró Fuerza Popular, un
partido cuyo compromiso más estable ha sido combatir el Estado de derecho.
Como era natural en cualquier pueblo razonable, el
peruano no fue seducido por semejante par. Pasaron a segunda vuelta con votaciones
mínimas gracias a una fragmentación inédita: Castillo obtuvo 18,9 por ciento y
Fujimori 13,4 por ciento.
Pero ahí terminó lo razonable. En una situación extraña en un
sistema de segunda vuelta, ambos rechazaron la democrática tarea de moderarse,
negociar o generar compromisos sustantivos en vistas de convencer a cerca del
70 por ciento del electorado que no les había votado. Mostraron la arrogancia
de la inmoderación. O realizaron compromisos de papel traicionados en los
actos. Por las ideas y personas con las que no deslindaron, los peruanos
parecíamos obligados a preguntarnos: ¿Cuál de ambos tiene menos opciones de
tiranizarnos?
Lamentablemente, la ciudadanía no encontró un sector político
independiente capaz de poner condiciones estrictas a los candidatos. Más bien, la izquierda limeña de Verónika Mendoza y sus
técnicos mostraron entusiasmo incondicional por Castillo y, enfrente, los Vargas Llosa y afines hicieron lo propio con
Keiko Fujimori. Dos candidaturas mediocres y peligrosas se convirtieron en
proyectos limpios de dudas.Sebastian Castaneda/
Reuters
Y, acto seguido, a la sociedad se le inyectó la política del
terror. El fujimorismo planteó su campaña a partir del miedo al comunismo
y al terrorismo, que estaría representado por Castillo. Buena parte
de la sociedad fue pastoreada al pánico. Si a mediados de abril oía a
políticos, empresarios y ciudadanos afirmando que votarían por Fujimori con
disgusto, a mediados de mayo ella resultaba la encarnación de la libertad. Y,
como consecuencia, quien era “mal menor” se transformó en salvadora
providencial. Esta transformación no es un sinsentido. Si te aterrorizan, quien
te salva de la extinción es un personaje reverenciado.
Quienes utilizaron de manera más alevosa la política del miedo
fueron el campo fujimorista, las clases altas y los grandes medios de
comunicación. Empresarios amenazaban con despedir a sus trabajadores si Castillo
vencía; ciudadanos de a pie prometían dejar sin trabajo a su
servicio doméstico si optaban por Perú Libre; las calles se llenaron de letreros invasivos y pagados por el
empresariado alertando sobre una inminente invasión comunista.
A este comportamiento antidemocrático, se sumaron
los medios de comunicación.
Sobre todo la televisión exhibió una parcialización propia de regímenes
autoritarios. Destrozando las normas electorales, los programas se convirtieron
en espacios de simulada o abierta propaganda fujimorista. Hasta la periodista
política más influyente del país entrevistaba a figuras públicas y personajes de la
farándula que reiteraban de manera machacona los mensajes apocalípticos. Es
decir, para salvar la democracia la indujeron al coma. Y Keiko Fujimori lució
encantada. Aun cuando tenía esos apoyos garantizados, no les llamó la atención.
Este comportamiento grotesco —hasta los propios periodistas del
canal más importante lo alertaron— engendró una nueva pregunta en la ciudadanía
ante la segunda vuelta: ¿Debo votar por quien promete un autoritarismo o por
quien ya comenzó a construirlo? Así, en los días previos a la elección, miles
que anunciaron que iban a votar nulo para mostrar su disgusto con ambos
proyectos, cambiaron su voto a Castillo, por lo cual el voto nulo se redujo
significativamente.
Lo paradójico es que el pánico en las clases altas
y medias se incrementaba mientras Castillo mostraba una precariedad infinita.
Como expresó el
politólogo Steven Levitsky, se trata de un político inexperto que ni siquiera
tiene un plan real en caso de ganar. En algunos debates no conseguía llenar los
dos minutos que disponía para disertar sobre algún problema nacional. Tiene más
sentido anticipar el caos que producirían sus carencias políticas que la
consolidación de una tiranía.
Ahora bien, un pánico macartista de esta envergadura
—como el que Mario Vargas Llosa expuso magistralmente en su novela Tiempos recios— no se inventa en una elección, solo es
posible si exhuma un terror profundo.
El miedo al precario Castillo no es electoral únicamente, se
teje sobre la secular angustia limeña frente a “la indiada”; una muchedumbre
apostada allá lejos en la sierra que les resulta tan incomprensible como
amenazante y que, en esta circunstancia, podría poner el mundo de cabeza
derrotando al Mónaco limeño (Hugo Neira dixit). Si al
lector extranjero esto le resulta abstruso sugiero que vaya a Netflix y vea El último bastión, serie que narra
la Independencia peruana hace doscientos años.
Paolo Aguilar/ EPA vía Shutterstock |
En resumen, la campaña electoral desenterró los temores de las
clases altas y medias, así como el carácter autoritario del proyecto
fujimorista. Incapaces de comprender y persuadir al Perú, optaron por
aterrorizarlo y prometerle bonos como quien lanza huesos a una jauría inquieta.
La democracia peruana llegaba a esta elección herida tras un
quinquenio turbulento con cuatro presidentes. Ahora, el viento del miedo ha
soplado sobre esa construcción precaria. Habrá que recordar a Martha Nussbaum:
en política, el miedo es el sentimiento que reclama controlar a la gente, no
liberarla. Con el miedo se erige la opresión; las democracias con la confianza.
Pero las élites políticas, empresariales y mediáticas decidieron
sembrar miedo. Hoy, como producto de este clima, se grita fraude aunque observadores internacionales reconozcan la limpieza de las elecciones; se
propondrán manipulaciones arbitrarias de la Constitución para favorecer o
dificultar la presidencia de quien resulte elegido; no faltará quien convoque a
los militares; y, todo esto, a su vez, radicalizará a quien sea el oponente.
Reuters
Sin embargo, la política es, entre otras cosas, el arte de
evitar despeñaderos. Y para evitarlo hay algo esencial que todas las partes
deberían interiorizar: nuestra democracia nos da las armas para impedir un
proyecto autoritario. Si presas del miedo todos nos convencemos de que seremos
encadenados por cualquiera de los dos candidatos, terminará ocurriendo.
El tino debería llevarnos a constatar que ni los votantes de
Fujimori son una masa de corruptos antipatriotas, ni los de Castillo unos
comunistas antiperuanos. Somos, eso sí, una ciudadanía apaleada por la pandemia como ninguna otra en el mundo.
Un país marcado por deudas y deudos. El momento requiere de una grandeza y
humildad que estos candidatos y sus aliados no han mostrado pero que deberían
estrenar, gane quien gane. Fujimori y Castillo difícilmente le hubieran ganado
a ningún otro candidato, uno de ellos estará en la presidencia como fruto de un
gran azar. Ahora deben desterrar el vocabulario del fraude y del golpe de
Estado. Un país diezmado y de
luto por la pandemia necesita la esperanza de poder remar todos juntos.
Gian Masko/
Agence France-Presse — Getty Images
Alberto Vergara es profesor e investigador en la universidad del
Pacífico, Lima. Recientemente se publicó Politics after Violence. Legacies of the Shining Path Conflict in
Peru, que coeditó con Hillel David Soifer.
FUENTE: https://www.nytimes.com/es/2021/06/08/espanol/opinion/elecciones-peru.html
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