CECILIA TAIT:
La zurda de oro cumple cinco décadas de vida. Haciéndole honor a ese título, vuelve a nacer en una mejor versión de sí misma.
50 Veces Cecilia
“El primer recuerdo que tengo es cuando subí a un avión por primera vez. Estaba con mi hermana Violeta, las dos éramos muy niñas e íbamos vestidas de amarillo. La flight hostess se nos acercó y nos entregó unas cajitas de chicles. Nunca me voy a olvidar cómo sonaban… Chic, chic, chic. Nos fuimos porque mi mamá no nos podía tener con ella. ¿Por qué? Creo que sí lo sé, y es porque ella había sido desheredada por meterse con un hombre negro. Tal vez su familia se avergonzaba de dos niñas negras y eso me parecía injusto. Entonces nos mandaron a la casa de una tía en Yurimaguas, a pedido de no sé quién. Al llegar nos sacaron la madre, pues mi tía era una malula de malulas. Nos hacía dormir a la intemperie sobre unas hamacas y nos pegaba con una planta que nos dejaba heridas. A pesar de todo, borré parte de esa vida y solo recuerdo que, sentada antes de despegar, me dije a mí misma que siempre viajaría en avión”.
Cecilia Tait abandonó su casa a los 14 años, fue subcampeona en Seúl 88 y considerada la mejor jugadora de esas Olimpiadas, eligió todos los equipos de vóley del mundo donde quiso estar, se lesionó innumerables veces, se enamoró otras tantas, se casó, tuvo una hija, se divorció, volvió a ser madre, se casó de nuevo, fue congresista, empezó a escribir un libro, tuvo cáncer, fue congresista otra vez, cumple 50 años el próximo 5 de marzo y nunca, desde la primera vez que comió una caja de chicles, ha dejado de viajar en avión.
LA FILOSOFÍA “TAIT”
Llega al estudio, saluda al fotógrafo como a un amigo (Víctor Ch. Vargas viene registrando su historia desde los 80’s) y se enfrenta a la cámara como esa modelo que alguna vez soñó ser. La sesión transcurre más rápido de lo planeado, Cecilia baila al ritmo de Madonna, se emociona con una canción de Adele y luego parte a su cita con el dentista. Le comunican que tiene una infección en la muela. Mueve la cabeza por un segundo, pues sabe que tendrán que sacársela, y pide una cita en el acto para la cirugía. “¿Para qué voy a esperar? ¿Acaso tengo que hacerle una fiesta de despedida?”, dice con una carcajada.
“Así igualito fue allá”, recuerda entonces. El 2009 viajó a Alemania para celebrar los 15 años de su hija Luciana, quien vive allí con su padre, y supo que algo no andaba bien. “Me realizaron una biopsia y no me gustó escuchar lo que me dijeron, pero eso no me iba a detener”.
Has vuelto a nacer varias veces…
–Pero no como esta.
Si tus caídas han sido muy fuertes, ¿las levantadas han sido más grandes?
–Lo voy a explicar como si fuera un partido de vóley: tú comienzas a jugar, haces un mate, el rival te bloquea y la pelota te cae en la cara. En ese momento tienes dos alternativas: te pones a llorar o te dices a ti misma que nadie te va a bloquear más. Eso es lo que yo hacía, pasaba el roche y seguía para adelante. Nos entrenaron para eso. Me he caído y me he levantado, pero no pienso todo el tiempo en eso. Sin embargo, no significa que no tenga miedo. Uno debe aprender a convivir con el miedo y ganarle. Va a llegar el día en el que, espero, lo olvide.
¿El cáncer te ayudó a enfrentar el temor a la muerte?
–Yo no le tenía miedo a la muerte, tenía miedo a sufrir. A veces uno no se da cuenta y pide cosas sin querer. Sentía que no servía, que para qué debía quedarme acá. El universo te devuelve lo que pides, y a mí me dieron un sacudón para probar lo que era la sensación de irse. Porque si realmente me hubiera querido ir, lo hubiera hecho. De repente era una lucha más, un partido diferente. Me daban miedo los otros, cómo me miraban, pues el tratamiento te maltrata. Ahora ya volteé esa página. Estoy segura de que esto no va a regresar, y tal vez por eso es que estoy avocada a tantos proyectos.
CADA LECCIÓN, UN PROYECTO
Cae la tarde, Cecilia regresa a su departamento y advierte que uno necesita reinventarse. Dice que persigue cada cosa que sueña, que “La Tait” hace lo que siente y que siempre ha logrado proyectarse a sí misma.
¿Por eso hablas de ti como “La Tait”?
–Sí. En Alemania me dijeron que en cuatro meses podría salir, y a partir de entonces ya podía ver cómo estaría. No sabía que sería candidata al Congreso de nuevo, pero recibí cuatro propuestas, dos de ellas para vicepresidente. Pensé que por algo tenía que ser: o lo había hecho bien o querían mi nicho electoral. No importa, acepté por lo primero (ríe).
Al dejar el Congreso en 2006 dijiste que no servías para eso…
–Pero ahora sé que uno puede ayudar desde donde está. Cuando uno vuelve a nacer no solo aprecia la vida de otra manera, sino que me di cuenta que sí me gustaba la política. Lo que no me gustaba era la forma como se hacía.
La congresista por Perú Posible está descubriendo su propia forma de trabajar. “Estoy haciendo lo mismo que antes, pero con más pasión. Hoy sé que puedo ayudar a un montón de personas sin necesidad de hacer leyes.¿Y qué hago? No les toco la puerta a los ministros para reclamarles qué cosa no están haciendo bien, sino qué podemos hacer mejor. Es más fácil criticar que aportar, y yo lo he vivido como oficialista. Ahora que soy de la oposición no puedo darme el lujo de pelear y amargarme”.
Su gran sueño, y la razón por la cual regresó al Legislativo, es que se promulgue y ejecute la ley del sistema integral de salud. Es decir, que todos los hospitales del país se ordenen en un solo sistema para mejorar la calidad de atención y que las personas, sin importar su situación socioeconómica, vuelvan a confiar en la salud pública. Sin embargo, como ella dice, “hay gente a quien no le conviene hacer ese ordenamiento. Pero no podemos hablar de crecimiento cuando lo primero que debes garantizar es salud”. Sabe que conseguirlo va a tomar tiempo, así que mientras tanto logró una importante donación para el Hospital María Auxiliadora a través de una gestión que realizó con la organización Direct Relief cuando estuvo en Boston siguiendo su tratamiento post quimioterapia.
Por otro lado, está terminando de escribir un libro que empezó hace tres años y que detuvo cuando se enfermó, pues no quería que estuviera enfocado en ese tema. “Es lo que he sido en estos 50 años. Al hacerlo he llorado, pero también me he reído a carcajadas”. Lo está trabajando con una gran amiga suya y piensa publicarlo en la próxima Feria del Libro. Y es que el dinero que recaude será destinado a un centro de tratamiento post traumático. Es más, inspirada en fundaciones como la del ciclista Lance Armstrong, ha pedido una cita con él para saber cómo canalizó su ayuda.
Por el momento, ya tiene un plano detallado para construir dicho centro en la casa donde pasó su infancia en Villa María del Triunfo. “Después del tratamiento contra el cáncer uno no queda bien. El seguro me permite costear psicólogo, etc., ¿pero qué pasa con el que ha vendido hasta su alma por la bendita enfermedad? Por eso, mi regalo más grande por mis 50 años sería que la gente comprara mi libro”.
EN FAMILIA
El 2008 Cecilia se casó con el periodista norteamericano Tyler Bridges, quien en estos momentos se encuentra en Boston con su hija Luciana (9) gracias a una beca que ganó para estudiar en la Universidad de Harvard. Ya no falta nada para que vuelvan a Lima, pero hasta que eso suceda la congresista anda con su iPad por toda la casa hablando con ellos a través de Skype.
“Una de las cosas que no me había dado cuenta hasta que mis hijas se fueron es que yo también seguía siendo hija, por lo cual he podido reencontrarme con mi madre ahora”, agrega. Así que cada domingo regresa a la casa materna para almorzar, llevarla de paseo y hasta engreírse con ella por primera vez en su vida.
¿Qué has aprendido de tu madre ahora?
–Recién entiendo lo que debe haber sufrido cuando me fui. Porque yo he pasado lo mismo. La chiquita regresa el 10 de marzo, pero Laura (16) ya tiene enamorado y sigue en Alemania.
Cecilia se para un instante (no puede estar quieta) y regresa con una bandeja llena de chocolates Lindt. Se los manda Laura desde Europa y los guarda como un verdadero tesoro. Endulza la conversación llevándose uno a la boca y confiesa que gracias a su nuevo nacimiento, como ella lo llama, se ha permitido reconciliarse consigo misma y perdonar el pasado. Cuenta que tal vez no ha llegado el momento de conocer a su padre, pero que ha hablado con él varias veces. “Tiene unas partituras que me quiere dejar como herencia… pero es un señor que nunca conocí y que de grande acepté como padre biológico. Ni siquiera le puedo decir papá. No mantengo el contacto tan seguido porque no está en mi cerebro. ¿Cómo voy a querer algo que no conozco?”.
Sin embargo, también ha redescubierto a personas que ya conocía. “Hay amigos que en las malas corren y en las malas regresan”, explica. Confiesa que una de esas amistades que se fortalecieron en los últimos dos años es la que tiene con Ernesto Pimentel, quien no deja de llevarla a restaurantes nuevos para “hacerla engordar”.
¿Cómo cambió tu noción del amor?
–Amo con pasión y locura, pero también me desilusiono fácilmente. La primera vez que me enamoré tenía 14 años y no me dieron bola. Luego estuve con alguien que me contagió mononucleosis. Nadie me dijo que mis defensas iban a quedar bajas, y al poco tiempo me operaron de las amígdalas. Eso está relacionado.
¿El divorcio te hizo más fuerte?
–Lo que aprendí es que cuando una se divorcia no lo hace para seguir peleando, sino para tener una convivencia más sana. Con mi ex marido me llevo de mil maravillas, tanto que en mi siguiente viaje para ver a mi hija me voy a hospedar en su casa. Como te digo, yo me enamoro bien rápido, y cuando decido estar con alguien lo hago. Me encanta la etapa del flirteo, y uno no puede perder la coquetería. La mercancía hay que mirarla bien, aunque de una manera discreta. Mi marido lo sabe. Y claro, si estoy con él no miro tan descaradamente… (risas).
¿Eres una mujer difícil?
–Sí. Nunca me he engañado sobre quién soy. Lo que estoy haciendo es mejorarlo, que es diferente. Soy complicada cuando defiendo lo que creo. Y el tema de la libertad de expresión solo funciona de la puerta de tu casa para afuera (suelta una carcajada).
En 1981, en CARETAS te describieron así: “Alta, mirada firme y un aire entre melancólico y pastoril”. ¿Cómo te ves ahora?
–No sé. Estoy conociéndome, aprendiendo a caminar. Necesito más tiempo.
De repente estás más concentrada en ver bien a los otros.
–Yo siempre hacía eso, pero terminaba diciéndote lo que de repente no querías escuchar. Vivía sin límites, lo cual no significa que me drog ra o fumara, sino que me metía donde no me habían invitado. Ahora, los detalles que antes me parecían grandes se han vuelto insignificantes. No digo que no reniegue, eso sí que no ha cambiado.
¿Y cómo te gustaría que terminara tu historia?
–No quiero saber. No… no, no, no. Un día me dijeron que veían algo en mi mano, y eso se me quedó tan grabado en la mente… (se le corta la voz). Me dijeron que me iba a morir joven. Y nunca viví. Cuando quieres saber qué va a pasar mañana, tu vida se vuelve un infierno. Yo ya no quiero saber qué va a pasar mañana. Lo voy a vivir.
Cecilia Tait abandonó su casa a los 14 años, fue subcampeona en Seúl 88 y considerada la mejor jugadora de esas Olimpiadas, eligió todos los equipos de vóley del mundo donde quiso estar, se lesionó innumerables veces, se enamoró otras tantas, se casó, tuvo una hija, se divorció, volvió a ser madre, se casó de nuevo, fue congresista, empezó a escribir un libro, tuvo cáncer, fue congresista otra vez, cumple 50 años el próximo 5 de marzo y nunca, desde la primera vez que comió una caja de chicles, ha dejado de viajar en avión.
“Nadie puede girar alrededor tuyo y una debe aprender a vivir de nuevo y quedarse sola otra vez”. En esta imagen lleva un short de Claudia Jiménez y un blazer sin mangas de Ani Álvarez Calderón. |
LA FILOSOFÍA “TAIT”
Llega al estudio, saluda al fotógrafo como a un amigo (Víctor Ch. Vargas viene registrando su historia desde los 80’s) y se enfrenta a la cámara como esa modelo que alguna vez soñó ser. La sesión transcurre más rápido de lo planeado, Cecilia baila al ritmo de Madonna, se emociona con una canción de Adele y luego parte a su cita con el dentista. Le comunican que tiene una infección en la muela. Mueve la cabeza por un segundo, pues sabe que tendrán que sacársela, y pide una cita en el acto para la cirugía. “¿Para qué voy a esperar? ¿Acaso tengo que hacerle una fiesta de despedida?”, dice con una carcajada.
“Así igualito fue allá”, recuerda entonces. El 2009 viajó a Alemania para celebrar los 15 años de su hija Luciana, quien vive allí con su padre, y supo que algo no andaba bien. “Me realizaron una biopsia y no me gustó escuchar lo que me dijeron, pero eso no me iba a detener”.
Has vuelto a nacer varias veces…
–Pero no como esta.
Si tus caídas han sido muy fuertes, ¿las levantadas han sido más grandes?
–Lo voy a explicar como si fuera un partido de vóley: tú comienzas a jugar, haces un mate, el rival te bloquea y la pelota te cae en la cara. En ese momento tienes dos alternativas: te pones a llorar o te dices a ti misma que nadie te va a bloquear más. Eso es lo que yo hacía, pasaba el roche y seguía para adelante. Nos entrenaron para eso. Me he caído y me he levantado, pero no pienso todo el tiempo en eso. Sin embargo, no significa que no tenga miedo. Uno debe aprender a convivir con el miedo y ganarle. Va a llegar el día en el que, espero, lo olvide.
¿El cáncer te ayudó a enfrentar el temor a la muerte?
–Yo no le tenía miedo a la muerte, tenía miedo a sufrir. A veces uno no se da cuenta y pide cosas sin querer. Sentía que no servía, que para qué debía quedarme acá. El universo te devuelve lo que pides, y a mí me dieron un sacudón para probar lo que era la sensación de irse. Porque si realmente me hubiera querido ir, lo hubiera hecho. De repente era una lucha más, un partido diferente. Me daban miedo los otros, cómo me miraban, pues el tratamiento te maltrata. Ahora ya volteé esa página. Estoy segura de que esto no va a regresar, y tal vez por eso es que estoy avocada a tantos proyectos.
La matadora estuvo dichosa con este faldón de Ani Álvarez Calderón, el cual refleja su estilo. |
CADA LECCIÓN, UN PROYECTO
Cae la tarde, Cecilia regresa a su departamento y advierte que uno necesita reinventarse. Dice que persigue cada cosa que sueña, que “La Tait” hace lo que siente y que siempre ha logrado proyectarse a sí misma.
¿Por eso hablas de ti como “La Tait”?
–Sí. En Alemania me dijeron que en cuatro meses podría salir, y a partir de entonces ya podía ver cómo estaría. No sabía que sería candidata al Congreso de nuevo, pero recibí cuatro propuestas, dos de ellas para vicepresidente. Pensé que por algo tenía que ser: o lo había hecho bien o querían mi nicho electoral. No importa, acepté por lo primero (ríe).
Con su inseparable amigo Ernesto Pimentel. |
Al dejar el Congreso en 2006 dijiste que no servías para eso…
–Pero ahora sé que uno puede ayudar desde donde está. Cuando uno vuelve a nacer no solo aprecia la vida de otra manera, sino que me di cuenta que sí me gustaba la política. Lo que no me gustaba era la forma como se hacía.
La congresista por Perú Posible está descubriendo su propia forma de trabajar. “Estoy haciendo lo mismo que antes, pero con más pasión. Hoy sé que puedo ayudar a un montón de personas sin necesidad de hacer leyes.¿Y qué hago? No les toco la puerta a los ministros para reclamarles qué cosa no están haciendo bien, sino qué podemos hacer mejor. Es más fácil criticar que aportar, y yo lo he vivido como oficialista. Ahora que soy de la oposición no puedo darme el lujo de pelear y amargarme”.
Su gran sueño, y la razón por la cual regresó al Legislativo, es que se promulgue y ejecute la ley del sistema integral de salud. Es decir, que todos los hospitales del país se ordenen en un solo sistema para mejorar la calidad de atención y que las personas, sin importar su situación socioeconómica, vuelvan a confiar en la salud pública. Sin embargo, como ella dice, “hay gente a quien no le conviene hacer ese ordenamiento. Pero no podemos hablar de crecimiento cuando lo primero que debes garantizar es salud”. Sabe que conseguirlo va a tomar tiempo, así que mientras tanto logró una importante donación para el Hospital María Auxiliadora a través de una gestión que realizó con la organización Direct Relief cuando estuvo en Boston siguiendo su tratamiento post quimioterapia.
Acompañada por su hermana Violeta y su mamá, Camila Villacorta. |
Por otro lado, está terminando de escribir un libro que empezó hace tres años y que detuvo cuando se enfermó, pues no quería que estuviera enfocado en ese tema. “Es lo que he sido en estos 50 años. Al hacerlo he llorado, pero también me he reído a carcajadas”. Lo está trabajando con una gran amiga suya y piensa publicarlo en la próxima Feria del Libro. Y es que el dinero que recaude será destinado a un centro de tratamiento post traumático. Es más, inspirada en fundaciones como la del ciclista Lance Armstrong, ha pedido una cita con él para saber cómo canalizó su ayuda.
Por el momento, ya tiene un plano detallado para construir dicho centro en la casa donde pasó su infancia en Villa María del Triunfo. “Después del tratamiento contra el cáncer uno no queda bien. El seguro me permite costear psicólogo, etc., ¿pero qué pasa con el que ha vendido hasta su alma por la bendita enfermedad? Por eso, mi regalo más grande por mis 50 años sería que la gente comprara mi libro”.
EN FAMILIA
El 2008 Cecilia se casó con el periodista norteamericano Tyler Bridges, quien en estos momentos se encuentra en Boston con su hija Luciana (9) gracias a una beca que ganó para estudiar en la Universidad de Harvard. Ya no falta nada para que vuelvan a Lima, pero hasta que eso suceda la congresista anda con su iPad por toda la casa hablando con ellos a través de Skype.
En el aeropuerto con su hija Laura (16) |
¿Qué has aprendido de tu madre ahora?
–Recién entiendo lo que debe haber sufrido cuando me fui. Porque yo he pasado lo mismo. La chiquita regresa el 10 de marzo, pero Laura (16) ya tiene enamorado y sigue en Alemania.
Cecilia se para un instante (no puede estar quieta) y regresa con una bandeja llena de chocolates Lindt. Se los manda Laura desde Europa y los guarda como un verdadero tesoro. Endulza la conversación llevándose uno a la boca y confiesa que gracias a su nuevo nacimiento, como ella lo llama, se ha permitido reconciliarse consigo misma y perdonar el pasado. Cuenta que tal vez no ha llegado el momento de conocer a su padre, pero que ha hablado con él varias veces. “Tiene unas partituras que me quiere dejar como herencia… pero es un señor que nunca conocí y que de grande acepté como padre biológico. Ni siquiera le puedo decir papá. No mantengo el contacto tan seguido porque no está en mi cerebro. ¿Cómo voy a querer algo que no conozco?”.
Sin embargo, también ha redescubierto a personas que ya conocía. “Hay amigos que en las malas corren y en las malas regresan”, explica. Confiesa que una de esas amistades que se fortalecieron en los últimos dos años es la que tiene con Ernesto Pimentel, quien no deja de llevarla a restaurantes nuevos para “hacerla engordar”.
En el malecón de Miraflores con su hija Luciana Tyler (9) y su perra Paquita. |
–Amo con pasión y locura, pero también me desilusiono fácilmente. La primera vez que me enamoré tenía 14 años y no me dieron bola. Luego estuve con alguien que me contagió mononucleosis. Nadie me dijo que mis defensas iban a quedar bajas, y al poco tiempo me operaron de las amígdalas. Eso está relacionado.
¿El divorcio te hizo más fuerte?
–Lo que aprendí es que cuando una se divorcia no lo hace para seguir peleando, sino para tener una convivencia más sana. Con mi ex marido me llevo de mil maravillas, tanto que en mi siguiente viaje para ver a mi hija me voy a hospedar en su casa. Como te digo, yo me enamoro bien rápido, y cuando decido estar con alguien lo hago. Me encanta la etapa del flirteo, y uno no puede perder la coquetería. La mercancía hay que mirarla bien, aunque de una manera discreta. Mi marido lo sabe. Y claro, si estoy con él no miro tan descaradamente… (risas).
¿Eres una mujer difícil?
–Sí. Nunca me he engañado sobre quién soy. Lo que estoy haciendo es mejorarlo, que es diferente. Soy complicada cuando defiendo lo que creo. Y el tema de la libertad de expresión solo funciona de la puerta de tu casa para afuera (suelta una carcajada).
En 1981, en CARETAS te describieron así: “Alta, mirada firme y un aire entre melancólico y pastoril”. ¿Cómo te ves ahora?
–No sé. Estoy conociéndome, aprendiendo a caminar. Necesito más tiempo.
De repente estás más concentrada en ver bien a los otros.
–Yo siempre hacía eso, pero terminaba diciéndote lo que de repente no querías escuchar. Vivía sin límites, lo cual no significa que me drog ra o fumara, sino que me metía donde no me habían invitado. Ahora, los detalles que antes me parecían grandes se han vuelto insignificantes. No digo que no reniegue, eso sí que no ha cambiado.
¿Y cómo te gustaría que terminara tu historia?
–No quiero saber. No… no, no, no. Un día me dijeron que veían algo en mi mano, y eso se me quedó tan grabado en la mente… (se le corta la voz). Me dijeron que me iba a morir joven. Y nunca viví. Cuando quieres saber qué va a pasar mañana, tu vida se vuelve un infierno. Yo ya no quiero saber qué va a pasar mañana. Lo voy a vivir.
(Por: Diana Kisner Fotos: víctor ch. Vargas)
FUENTE: http://www.caretas.com.pe/EyE/Main.asp?T=3135&S=&id=13&idE=997&idSTo=0&idA=56942
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