No sonría
En
octubre del 2016, el Gobierno publicó su primera reforma importante y popular.
Se ponía fin a una serie de prácticas burocráticas irracionales. No más
fotocopias de documentos públicos, no más certificados de sobrevivencia y otras
sandeces con las que se atormentaba a la gente en cada trámite. La racionalidad
regresaba y ahorraba miles de horas de trabajo que podrían dedicarse a
actividades más productivas. Fue una de las normas mejor recibidas por el
público. Pero la alegría terminó pronto. La ley es sistemáticamente
desobedecida, sobretodo en supermercados y autoservicios.
Entre
las normas del Decreto Legislativo 1260, una se destacó por su pragmatismo. El
Documento Nacional de Identidad tiene fecha de caducidad. Antes de octubre del
2016, cuando llegaba la temida fecha, si no estabas atento para la renovación,
eras un muerto civil. Es decir, la personalidad humana no tenía su origen en el
nacimiento de un ser vivo. No. Para todo efecto práctico, sin un cuadrado de
cartón celeste con fecha vigente, no existías. Supongo que ibas al limbo
burocrático porque hasta para morirte –de verdad– también hay otro papeleo que
felizmente no corresponde al difunto, porque solo eso faltaría.
La
norma es clarísima. Para burro. Dice “Artículo 7: El vencimiento de la fecha de
vigencia del Documento Nacional de Identidad no constituye impedimento para la
participación del ciudadano en actos civiles, comerciales, administrativos,
notariales, registrales, judiciales, policiales y, en general, en todos
aquellos casos en que deba ser presentado para acreditar su identidad”
(subrayado mío).
El
presidente Kuczynski y su ministro Zavala deberían saber que a sus amigos de la
empresa privada su brillante reforma les interesa un bledo. No se cumple en
Plaza Vea, Sodimac, Tottus, Metro (curiosamente no en Wong) y siguen firmas.
¿La respuesta? Esa norma es solo para el Estado, porque el artículo primero del
Decreto Legislativo dice que su ámbito de aplicación es “en todas las entidades
de la administración pública”.
Esa
es la “interpretación auténtica” de establecimientos comerciales que en teoría
deberían estar interesados en vender más. El uso de tarjetas de crédito –medio
seguro para no llevar efectivo– obliga a usar un medio de identificación. Ese
medio es el DNI. Pero su fecha no cambia su contenido, ni facilita o impide una
estafa. He averiguado, a través de tercera persona, en VISA, y me dicen que no
son ellos los de la rebelión a la ley. Son las empresas privadas.
¿Cómo
explicar este boicot a la ley? No se trata del clásico sabotaje de la propia
administración pública que se niega a perder un privilegio o hacer uso de un
poder discrecional y arbitrario. Esta vez se trata de empresas privadas
repletas de buenos abogados. Nadie en su sano juicio puede interpretar que el
artículo sobre la vigencia del DNI aplica solo a las relaciones entre ciudadano
y Estado. La lista de operaciones (civiles, comerciales) y la mención expresa
“a todos aquellos casos” no puede estar circunscrita solo al Estado. O no saben
leer o no quieren leer. Y eso es lo más preocupante de este caso. Este Gobierno
casi no tiene reformas importantes que exhibir. Esta es una de las pocas que le
hace la vida más fácil a la gente y, por tanto, visibiliza al Gobierno. Si es
una falsa promesa, lo único que causa es enojo. ¿Contra quién? ¿Contra la pobre
cajera del supermercado? No. Contra el Gobierno que te engañó, que te contó el
cuento de que no tenías que correr a pagar al Banco de la Nación tu renovación
del DNI si querías seguir estando vivo.
Este
es un Gobierno débil, eso ya lo sabemos. Pero si es además un Gobierno
sistemáticamente desobedecido por la elite financiera y comercial del país, su
supuesto soporte, –que además está dispuesta a perder dinero haciéndolo– ¿tiene
algún futuro? Si este Gobierno no puede hacer cumplir sus propias y simples
leyes, ¿qué nos queda a los ciudadanos?
Pues
nos queda correr al RENIEC para no estar muertos en vida. Pero si aún le queda
ánimo, no se le ocurra tomarse la nueva foto con una sonrisa en los labios.
También está prohibido. Me dicen en RENIEC que es porque su software de
identificación facial no lee las sonrisas. Entonces, las sonrisas peruanas no
deben quedar registradas. Ahora sí somos –oficialmente, pero sin ningún mandato
de la ley– un pueblo triste.
“Pues
nos queda correr al RENIEC para no estar muertos en vida. Pero si aún le queda
ánimo, no se le ocurra tomarse la nueva foto con una sonrisa en los labios.
También está prohibido. “
FUENTE:
Escribe:
Rosa Maria Palacios
http://larepublica.pe/impresa/opinion/893635-no-sonria
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