‘Cien
años de soledad’ cumplió la profecía de Melquíades.
La
metamorfosis de Gabo según Conrado Zuluaga: de escritor de libros poco exitosos
a autor inmortal
El escritor colombiano fue homenajeado hace diez años en Cartagena, durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española. (Foto: Ballesteros / EFE)
Y, por otro, tenía más cosas por contar, pero no encontraba ni el tono ni el modo de lograrlo: “Mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida, y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes, pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos”.En los años previos a los 18 meses de encierro –el tiempo que le tomó para poner en algo más de 400 cuartillas la historia que había rumiado durante 20 años–, Gabriel García Márquez se enfrentó a dos asuntos cruciales que él mismo contó en diversas ocasiones. Por un lado, era el autor de cuatro libros publicados (‘La hojarasca’, ‘La mala hora’, ‘El coronel no tiene quien le escriba’ y ‘Los funerales de la Mamá Grande’), que vendían poco y su resonancia era muy escasa; de modo que, en la práctica, seguía siendo un desconocido.
Esos dos asuntos críticos quedan despejados con ‘Cien años de soledad’. El “modo convincente y poético” lo encontró cuando se dio cuenta de que para contar esa historia tumultuosa, que lo rondaba desde sus 17 años, debía usar el mismo tono de su abuela y poner la misma cara de palo de ella cuando, en su infancia, le contaba unas historias tremendas con una naturalidad que descartaba cualquier duda. Así, podría contar él las historias que se creía, pero necesitaba que el lector también las creyera. La misma cara de palo de Kafka en ‘La metamorfosis’, la misma cara de palo de Rulfo en ‘Pedro Páramo’: “Aquella noche –confiesa García Márquez en su columna ‘Breves nostalgias de Juan Rulfo’, cuando leyó la novela del escritor mexicano– no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí ‘La metamorfosis’ de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi diez años atrás, había sufrido una conmoción semejante”.
Con esa cara de palo se podían contar las historias truculentas de los gitanos y las demostraciones asombrosas de sus inventos inútiles, también los esfuerzos de un hombre empecinado en doblar el oro, y quien por pura especulación astronómica descubre, en un rincón del mundo, que la tierra es redonda como una naranja; y, por supuesto, que un niño de 6 años sea conducido a una carpa de circo para conocer el hielo, y que al tocar el bloque transparente exclame: “Está hirviendo”.
El otro asunto, el de la reducida venta de sus libros y, por tanto, la escasa divulgación y resonancia de sus publicaciones, en otras palabras, el reconocimiento de su talento por el público, vendría por otro lado. En una de sus columnas, ‘Desventuras de un escritor de libros’ (‘El Espectador’, ‘Magazín Dominical’, 7 de agosto de 1966), García Márquez adelanta una revisión rigurosa de los avatares del escritor. Y anota que a pesar de tantas circunstancias adversas (el escritor se gana solo el 10 por ciento del precio de venta, vive de otros oficios o escribe argumentos cinematográficos con seudónimo, recibe subsidios de ricos generosos o del Estado que coartan la libertad), este sigue aferrado a su oficio “aun con los zapatos rotos y aunque sus libros no se vendan”, porque “se es escritor simplemente como se es judío o se es negro”. Y García Márquez, que por esos días (agosto de 1966) había terminado ‘Cien años de soledad’ después de afrontar muchas penalidades y limitaciones, comenta: “No creo que sean muchos los lectores que al terminar la lectura de un libro se pregunten cuántas horas de angustias y de calamidades domésticas le han costado al autor esas 200 páginas y cuánto ha recibido por su trabajo”.
Desde entonces fue consciente de que todo libro debe empezar a promocionarse desde antes de su aparición, debe generar una expectativa –como sucede con cualquier otro producto–; al fin y al cabo, un manuscrito transformado por un editor en un libro para la venta es una mercancía. Y eso fue lo que ocurrió con ‘Cien años de soledad’.
Un año antes de la aparición de la novela, el domingo primero de mayo de 1966, el diario ‘El Espectador’ publicó el primer capítulo. Lo anunció el sábado 30 de abril: “ ‘Cien años de soledad’ de García Márquez, mañana en el ‘Magazín’ ”. Y al día siguiente, en efecto, el primer capítulo, con dibujos de Osuna, ocupó las páginas 8, 9 y 10 del dominical. En agosto, la revista ‘Mundo Nuevo’, que creó Emir Rodríguez Monegal en París, publicó un fragmento que le envió Carlos Fuentes. Al año siguiente, en enero, la revista peruana ‘Amaru’ publicó el fragmento de Remedios la Bella subiendo al cielo. En febrero, ‘Eco’, la revista de la Librería Buchholz, en Bogotá, publicó otro fragmento de la novela.
Ernesto Schoo, miembro del consejo editorial de ‘Primera Plana’, el semanario argentino cuyo jefe de redacción era Tomás Eloy Martínez, entrevistó a García Márquez en México y el reportaje se publicó unos días antes de la aparición de la novela: ‘Los viajes de Simbad García Márquez’. Ocho meses atrás se había publicado ‘Los nuestros’, el libro de Luis Harss con diez entrevistas a otros tantos escritores latinoamericanos, señalados desde entonces como lo mejor y más prometedor de la literatura que se gestaba por entonces en América Latina. García Márquez fue el último en ser incluido, porque durante su visita previa a México, Harss oyó hablar de él, por Fuentes, y este le facilitó los libros del escritor colombiano. Harss regresó a Buenos Aires y en su primera entrevista con Paco Porrúa –también su editor– le dijo que había un escritor más para su libro, un tal García Márquez.
Por su parte, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa, Germán Vargas y Cepeda Samudio también comentaron alborozados sus lecturas. Fuentes hablaba de la maravillosa novela que García Márquez aún no había terminado, pero de la cual había leído sus primeras 80 páginas y las calificaba de magistrales. En abril, unas semanas antes de su aparición, Germán Vargas afirmaba en el artículo ‘Un libro que hará ruido’: “Gabriel García Márquez, a los 40 años, está corrigiendo las pruebas de una novela que este año dará mucho que hablar. Hay razones suficientes para creer que ‘Cien años de soledad’ –tal es el título– será la mejor novela colombiana escrita en el último cuarto de siglo y, desde luego, la mejor del autor”. Y Cepeda Samudio, según Álvaro Medina, exclamó al concluir la lectura de la copia mecanografiada: “No joda, el Gabo acaba de jalarse una cipote novela”.
Cortázar, ya publicada la novela, le escribió a Porrúa, en agosto, dándole las gracias por el envío del libro y a renglón seguido le comentaba: “Los más viejos ya nos podemos morir, hay capitán para rato”. En septiembre, Vargas Llosa publicó el artículo ‘Cien años de soledad: el Amadís en América’. En la biografía ‘Gabriel García Márquez. Una vida’, Gerald Martin afirma que el público estaba perplejo: “La gente apenas podía expresar su asombro. No había precedentes de lo que estaba ocurriendo”.
Hasta en la ensimismada Bogotá se conoció el éxito de ‘Cien años de soledad’. En la revista Eco aparece el primero de julio un artículo, hoy ya clásico, de Ernesto Volkening: ‘Anotando al margen de Cien años de soledad’. Pero como lo señala Martin en su biografía: “La verdad es que nunca se apreciaría tanto a García Márquez en su país natal como en otras partes de América Latina”.
Pero, tal vez, el episodio más elocuente, de los muchos que se sucedieron entonces, es el vivido por el escritor y Mercedes, su esposa, a los pocos días de llegar a Buenos Aires, adonde habían arribado el 16 de agosto, diez semanas después de la aparición de la primera edición. Una noche, García Márquez y Mercedes, acompañados por Tomás Eloy Martínez, asistieron al estreno de una obra de teatro. En un breve texto, ‘El día que empezó todo’, Tomás Eloy cuenta: “Mercedes y él se adelantaron hacia la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbra, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó: ‘¡Bravo!’ y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: ‘¡Por su novela!’, dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrante aleteo de sábanas, como Remedios la Bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz que son inmunes a los estragos de los años”.
Se cumplía así la premonición de Melquíades cuando finalizó la escritura de sus manuscritos –redactados en sánscrito, “que era su lengua materna”–, pues al concluir esa labor, el gitano exclamó: “He alcanzado la inmortalidad”.
CONRADO ZULUAGA
Especial
para EL TIEMPO
©
Conrado Zuluaga, 2017
FUENTE:
http://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/cien-anos-de-soledad-cumple-50-anos-92936
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