sábado, 22 de febrero de 2020

La silenciosa labor de los gallinazos. Garcilaso de la Vega dice que los indios lo llamaban ‘suyuntu’ y no comían carne “ni otro provecho alguno”.


La silenciosa labor de los gallinazos.
Garcilaso de la Vega dice que los indios lo llamaban ‘suyuntu’ y no 
comían carne “ni otro provecho alguno”. 

El gallinazo es un buitre americano y se encuentra en Lima desde antes de que se llamara Lima. Es el ave de la ciudad, ha estado presente en su historia, arte y literatura; y es parte de su paisaje.

Estas aves son útiles para el ecosistema: devoran los desechos que nos empeñamos en arrojar sin pudor a los ríos o a cualquier rincón de la ciudad. Son el primer sanitario natural del país, un símbolo de la capital, que si bien es menos valorado que una paloma, cumple una función vital: la de un reciclador incomprendido.

En la época colonial muchas acequias prehispánicas expuestas al aire libre acumulaban desperdicios de los mercados y transeúntes. A través de los siglos, gracias a la labor silenciosa de los gallinazos, se evitó la propagación de enfermedades y, por ello, no los mataban.

La historiadora María Rostworowski refiere que los gallinazos habitaban Lima desde antes de la Colonia, y que en el oráculo de Pachacámac los sacerdotes los alimentaban con cestas de pescado y los tenían bien considerados, pues limpiaban el santuario de los desechos que dejaban los peregrinos.

Eran más valorados que ahora y los únicos que mantenían limpia la ciudad, dice el experto César Arana sobre esta ave que mide, en promedio, 70 centímetros, no supera los 1.5 kilogramos de peso y es uno de los 1,845 tipos de aves que hay en nuestro país.

Garcilaso de la Vega dice que los indios lo llamaban suyuntu y no comían carne “ni otro provecho alguno”. Su labor era limpiar las calles de las inmundicias, y hurgar en los basurales en busca de carroña y alimentos en descomposición.

Refiriéndole a la Lima de fines del siglo XVI, el padre José de Acosta anota: “En el Perú hay […] las auras que llaman gallinazas […] limpian las ciudades y calles, y no dejan cosa muerta; hacen noche en el campo en árboles o peñas; por la mañana vienen a las ciudades, y desde los más altos edificios atalayan para hacer presa…”

En 1884, Juan de Arona decía que desaparecieron de la ciudad desde que se taparon las acequias, y que solo se les veía revolotear por los suburbios y muladares. Y estaba prohibido darles muerte por el buen servicio de limpieza pública que prestaban.

Pero no eran exclusivas de nuestra ciudad. En otros países y ciudades tuvo funciones parecidas y su existencia fue amparada por ley. En las antiguas leyes de Gales del siglo X se prohibía matarlas, y se imponía una multa que iba a beneficio del dueño de la tierra donde ocurría el avicidio.

En Inglaterra, el vulgo creía que el legendario rey Arturo fue convertido en cuervo (gallinazo) y, por ello, los ingleses se abstenían de matar a esa ave.

Se cuenta que cuando Carlota, emperatriz de México, llegó a Veracruz a hacerse cargo de sus dominios quedó horrorizada al ver enormes bandadas de pájaros negros, allí llamados zopilotes. Le explicaron que esas aves se alimentaban de basura y eran necesarias para conservar limpias las calles.

Son muchas las historias de los gallinazos, como la que refiere una nota publicada en El Comercio en 1892, sobre la incursión de uno de ellos en la iglesia de San Carlos, que generó gran alboroto; y desde el 2015 se relacionó con el programa Gallinazo avisa. Tú actúas, impulsado por la USAID y el Ministerio del Ambiente para generar conciencia y educar sobre el grave problema de la acumulación de basura en Lima.

Pocos recuerdan que nuestra capital tenía dos calles dedicadas a ese primer ‘regidor’ de limpieza pública.

Una era Gallinazos –tercera cuadra del jirón Puno–, por donde deben haber merodeado muchos de ellos para que el pueblo los relacionara con ella.

La otra era Gallinacitos –tercera cuadra de Lino Cornejo y paralela a la tercera cuadra de Pachitea–, que daba al antiguo Noviciado de la Compañía de Jesús, en cuyo campanario solían instalarse para observar mejor la ciudad y su comida desde la parte alta.

Los Gallinazos es también una vía importante del distrito de Comas.

El escritor Julio Ramón Ribeyro, en su cuento Los gallinazos sin plumas, muestra niños pobres explotados buscando comida para cerdos en los basurales; y Sebastián Salazar Bondy en su El señor gallinazo vuelve a Lima da a conocer los cambios de nuestra ciudad y las miserias de la sociedad limeña.

Además, desde el 15 de setiembre del 2016 hasta hace año y medio la Gran Biblioteca Pública de Lima exhibía en su azotea la obra San Francisco de Lima y su gran gallinazo, una alegoría contra la corrupción, de la artista Cristina Planas.

Agradezcámosle su labor.

FUENTE: https://elperuano.pe/noticia-la-silenciosa-labor-de-gallinazos-89054.aspx
José Luis Vargas Sifuentes - Periodista

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